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Blanco comprobó que también estaba en la sala, discretamente sentado en un extremo Bernabé Molist, el abogado de Bofarrull, al que había conocido a la salida del funeral. Montserrat Bofarrull era hija de Ramón Bofarrull, hermano de Jaume Bofarrull, con ella se encontraban otros dos hombres algo mayores que ella que se levantaron cuando hizo las presentaciones. —No se si te acuerdas de mis hermanos, Tomás y Gil —Manuel les estrechó cortésmente la mano—, ellos son un poco mayores que nosotros y quizás no los recuerdes porque mientras nosotros nos bañábamos en la balsa de la torre, ellos se iban a ligar con las chicas de Vilasar. —Realmente aquellos veranos fueron memorables —los dos hermanos no mostraron ningún interés en corroborar el comentario—. Recuerdo también nuestros juegos en la playa de Camposancos… —concluyó Manuel un poco cohibido por el inesperado encuentro. No había nadie más en la sala. Manuel se sorprendió de que sólo ellos fuesen los beneficiarios de la herencia de Jaume Bofarrull. Después de los años, él había perdido el contacto con la familia y, ante su ausencia, supuso que Ramón Bofarrull, el hermano mayor de Jaume, también había muerto. Manuel recordaba vagamente a Ramón Bofarrull como el hombre de negocios de la familia. Mientras Jaume era el hombre público, siempre al servicio de la comunidad; su hermano Ramón se dedicó a administrar y engrosar la fortuna familiar, favorecida, podría decirse claramente, por los contactos e influencias de Jaume, el político. No tardó en aparecer el notario; entró llevando bajo el brazo una abultada carpeta y saludó con un escueto “Buenas tardes” mientras tomaba asiento en la cabecera de la mesa. Miró por encima de sus gafas a los presentes e inició un complicado protocolo técnico que impacientó a Tomás Bofarrull a juzgar por el ostensible tamborileo de sus dedos sobre la mesa. —Bien, vayamos al grano —comentó el notario que había percibido el gesto—. Soslayaremos los prolegómenos legales y nos centraremos en las últimas voluntades de don Jaume Bofarrull. Montse Bofarrull dirigió una dura mirada de reprobación a su hermano quien aparentó no percibirlo. —Don Jaume manifestó su voluntad que se conocieran sus últimos deseos en dos etapas: un avance, cuarenta y ocho horas después de su fallecimiento y posteriormente, una vez se cumplieran determinadas circunstancias que dejó claramente especificadas y que no puedo darles a conocer ahora, se efectuará una lectura definitiva de sus últimas voluntades. Hoy procederemos a la lectura del citado avance.
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