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Si habrá peleado con su marido, que en paz descanse, que fue un
artista frustrado, un abogado que vivió amargado por no animarse a la plástica o
como ella misma que moría por ser actriz y en cambio se metió a escribana sin
que le importara un comino su profesión. Pero no tuvo otra opción, ¿qué iba a
hacer?, si cuando sugirió que quería estudiar arte dramático, su padre, el
Ingeniero Carranza, un catalán más tieso que los puentes que construía, por poco
la mata: antes muerta que bataclana, dijo y andá a contradecirlo, con esos ojos
que miraban de costado y la aterrorizaron desde siempre, que la achuchaban aún
hoy, semejante grandulona y él sólo un fantasma impiadoso en el recuerdo. Si
hasta Roberto había estado de acuerdo (al conocerla en la facultad años más
tarde) en que una mujer de su clase no podía andar vestida de loca por encima de
un escenario ni exponerse frente a los ojos de cualquiera. Por eso ella insistió
tanto en que los chicos obedecieran solamente a su deseo y no se equivocó,
Juampi vivía quizás un poco más apretado porque la familia exigía gastos pero
igual se lo veía feliz, satisfecho con su vida. Por suerte que ninguno había
salido al papá que no era por criticarlo, Dios la perdonara, pero siempre le
faltó un centavo para el peso, nunca estuvo conforme con nada, permanentemente
con una queja a flor de labios, si no debió de ser casual que se haya ido tan
joven, ¿o acaso cincuenta y siete años era edad para morirse?
Ya vestida recogió la cartera y el saco, dejó una nota para
Arginia, la señora que se ocupaba de la limpieza, indicándole que no preparara
nada para la noche pero que enviara el traje azul a la tintorería y repasara el
armario de la cocina en el que otra vez había visto cucarachas; certificó que
llevaba consigo las llaves del coche antes de cerrar la puerta de su
departamento de la Avenida Pueyrredón, un caserón que su esposo había comprado
con capricho de nuevo rico cuando los chicos aún vivían con ellos pero ya podía
preverse que no sería por mucho tiempo: apostando a que el lujo evitaría que sus
hijos crecieran trató de sobornarlos con una buena casa y no hubo manera de
convencerlo que el lugar sobraría cuando se largaran. ¿Qué apuro tienen?, si acá
nadie los molesta, vas a ver que no querrán perder el barrio ni la comodidad de
su cuarto, repetía empecinado. En respuesta y sin tomarlo en serio los muchachos
lo acusaban de ser una mezcla de pater siciliano y mome maine y ella no los
contradecía.
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Mashimón
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