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Así podré disculpar el error de mi juicio con el mérito de haberme dado tú este encargo.

En todas las cosas es muy difícil exponer la forma, o como dicen los Griegos, el carácter de lo perfecto, porque a unos les parece perfecta una cosa y a otros otra. A mí me deleita Ennio, dice uno, porque no se aparta del común modo de hablar; a mí Pacuvio, responde otro, porque todos sus versos son cultos y bien trabajados, al paso que el otro tiene muchas negligencias. Otros preferirán a Accio, porque los juicios son varios, lo mismo entre los bárbaros que entre los Griegos, ni es fácil explicar cuál es la mejor de las formas. En la pintura, a unos agrada lo horrible, inculto y opaco; a otros lo terso, alegre y brillante. ¿Cómo se ha de encontrar un precepto o una fórmula común, cuando cada uno es excelente en su género, y los géneros son tantos? Este temor no me ha retraído, sin embargo, de mi intento, porque creo que en todas las cosas hay un grado de perfección aunque esté oculto, y que, de él puede juzgar todo el que sea inteligente.

Pero como son tantos y tan diversos los géneros del discurso, y no se pueden reducir todos a una forma, prescindiré ahora de las alabanzas y vituperios, de las suasorias y de otros escritos semejantes: vg., del Panegírico de Isócrates y otras muchas obras de los sofistas, y de todos los demás géneros que nada tienen que ver con la controversia forense, por ejemplo, el que los Griegos llaman epidíctico, que sirve sólo para la recreación y deleite. Y no prescindo de estos géneros porque sean despreciables, antes creo que con ellos puede educarse el orador que vamos formando.

Así adquirirá copia de palabras y se ejercitará en su construcción, y podrá usar con más libertad del número y ritmo. Allí se permite más la excesiva sutileza en las sentencias y se concede mayor artificio en lis palabras, y este artificio no oculto y disimulado, sino claro y patente, de suerte que las palabras respondan unas a otras, y peleen entre sí, y terminen de igual modo y con el mismo sonido los extremos de la cláusula; todo lo cual, en una causa verdadera hacemos más rara vez y con más disimulo. Isócrates confiesa haber buscado de intento esa armonía en el Panatenaico, porque no había escrito para convencer a los jueces, sino para deleitar los oídos.

Dicen que en tratar esto fueron los primeros Trasímaco Calcedonio y Gorgias Leontino, y después Teodoro de Bizancio y muchos otros, a quienes Sócrates en el Fedro llama logodédalos: en todos los cuales hay muchas cosas agudas, pero demasiado pueriles, afectadas y que parecen versecillos. Por eso son más admirables Herodoto y Tucídides, que habiendo florecido al mismo tiempo que los antes nombrados, distan tanto de esas delicias, o mejor dicho, inepcias. El uno fluye como un río tranquilo y sin ningún tropiezo; el otro es más arrebatado, y entona, digámoslo así, un canto guerrero: entrambos, como dice Teofrasto, fueron los primeros en dar brío a la historia y hacerla más copiosa y elocuente que la habían hecho los anteriores.

Sucedió a éstos Isócrates, a quien entre todos los de su género me habrás oído elogiar siempre, no sin alguna repugnancia tuya, Bruto; pero fíjate bien en lo que de él alabo. Pareciéndole demasiado concisos Trasímaco y Gorgias, que fueron los primeros en enlazar con algún arte las palabras, y encontrando a Tucídides harto duro y no bastante rotundo, digámoslo así, fue el primero en dilatar y henchir con palabras y blando número las sentencias. Y habiendo instruído a los que, parte en el decir, parte en el escribir, sobresalieron, su casa fue considerada como una oficina de elocuencia. Y así como yo, cuando nuestro Caton me alababa, sufría con. paciencia que los demás me reprendiesen; así parece que Isócrates, contento con el aplauso de Platón, despreciaba el juicio de todos los restantes. Acuérdate de lo que en la última página del Fedro dice Sócrates: «Oh Fedro, todavía es joven Isócrates, pero quiero decirte lo que de él auguro. Su ingenio me parece, mayor que el que resplandece en las oraciones de Lisias. Su propensión a la virtud es todavía mayor, y no será de admirar que, adelantando en años, venza en el mismo género a que ahora se dedica, no sólo a los jóvenes, sino a todos los que alguna vez han compuesto discursos; o si no se contenta con esto, arrebatado por un divino impulso, apetezca cosas todavía mayores. En el entendimiento de este hombre hay una filosofía natural é ingénita.» Esto predijo Sócrates de él, cuando todavía era joven. Esto escribió de él Platón, perpetuo enemigo de todos los retóricos, y lo escribió cuando ya Isócrates había llegado a la vejez. Los que no gustan de Isócrates, consiéntanme errar en compañía de Sócrates y de Platón.

El estilo dulce, suelto y afluente, agudo en sentencias, resonante de palabras, es propio del género epidíctico y de los sofistas, más acomodado a la pompa que a la pelea. útil para el gimnasio y la palestra, pero excluido del foro. Mas como la elocuencia educada con este alimento va tomando después color y fuerza, no me ha parecido inoportuno tratar de estas niñeces del orador. Esto por lo que toca a los juegos y a la pompa: vengamos ahora a la lid y a la batalla.

 
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de Marco Tulio Cicerón

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