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26 de junio. Conseguirnos los caballos, nos alejamos de Coronda y atravesamos un espeso bosque, saliendo a la orilla del río Paraná. Allí nos tomó una tormenta de truenos y relámpagos: cruzamos un río salado y seguimos camino hasta Gómez, cinco largas leguas, entre un trebolar abundante que llegaba a las rodillas de los animales. Cambiamos caballos y seguimos la marcha por un terreno muy llano hasta cruzar el río de las Mongas (Arroyo del Monje). Mi baquiano agarró un armadillo y no haciendo caso de mis súplicas, lo degolló. Después vimos un venado que marchó delante de nosotros incomodándonos porque era de los que huelen mucho.

En Carcarañá, el maestro de posta no quiso darnos caballos por lo que nos vimos obligados a seguir dos leguas más después de esperar tres horas. Bajamos entonces al río Carcarañá, nombre que toma el río Tercero en este lugar y lo pasamos haciendo nadar a los caballos. Estaba muy crecido a causa de las lluvias. Vino la noche y el caballo del baquiano rodó, pero él salió corriendo como lo hacen todos en estas provincias; poco después y en pleno galope también cayó un caballo como si le hubieran pegado un tiro y me apretó un pie, provocando la risa de mis acompañantes. La noche se puso oscura y el guía perdió el camino; después empezó a llover y tuvimos que marchar al trote. Todo esto, agregado a la humedad de las ropas por el cruce del río y al dolor que sentía en el pie, formaba un buen conjunto de calamidades. Hablábamos ya de la forma en que podríamos acampar para pasar la noche, cuando oímos ladridos de perros. A las nueve llegamos a la Posta de San Lorenzo. Creo que nunca habré pasado dos horas más desagradables que las precedentes a mi llegada. Con algunas dificultades logramos ser recibidos en casa de una mujer que había sido maltratada y abandonada por el marido. Se mostró muy atenta conmigo, me curó el pie con aplicaciones de aguardiente y me preparó pescado para cenar. Para que todo fuera completo, me cedió su propia cama, cuyas sábanas bordadas resultaban un lujo olvidado para mí. Pensé en el séptimo cielo de Mahorna.

 
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A caballo por la pampa de Alexander Caldeleugh   A caballo por la pampa
de Alexander Caldeleugh

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