En cuanto a la amenaza contra Ramírez, le dio cumplimiento. El viernes siguiente lo atacó, lo derrotó y le cortó la cabeza que fue enviada desde Córdoba a Santa Fe y a Buenos Aires. Nadie lamentó la muerte de Ramírez, que era un gaucho ignorante aunque de talento natural. Cuando fue con su ejército hasta Buenos Aires, permaneció fuera de la ciudad y recibía la visita de muchas personas que deseaban conocer aquel hombre tan singular. Cuando las cosas iban a su gusto, Ramírez parecía tener apenas aliento para murmurar: "Está muy bien", pero en cuanto se veía contrariado, sus ojos brillaban como los del gato salvaje y nadie podía contenerlo. Con López estuvo unido por algún tiempo y al parecer en estrecha amistad; juntos atacaron a Buenos Aires y fueron afortunados en su campaña; pero el poder adquirido exigió grandes gastos y esto le causa de que se hicieran grandes enemigos. Ramírez mantuvo en aquella ocasión la más perfecta disciplina en sus tropas y expidió órdenes para evitar el pillaje. Uno de sus soldados le quitó un poncho a una mujer que se había aproximado al campamento. Ramírez al verla muy afligida le preguntó lo que le pasaba y al saberlo hizo formar a toda la tropa para que fuera reconocido el culpable. La mujer lo señaló en seguida; estaba con el poncho robado, -¡Amigo! -dijo el general al soldado, Un paso adelante y de rodilla". El soldado obedeció y recibió de Ramírez un tiro en la cabeza. Su sistema de seguridad para con los prisioneros, era muy singular pero muy del gusto del país: les envolvía el torso y los brazos con cuero húmedo que al secarse se contraía y al oprimirlos, en muchos casos les producía la muerte.
Cuando supe que Su Excelencia llevaba consigo un secretario me sentí más tranquilo por temor de que si él tomaba la pluma me hiciera quedar hasta la mañana siguiente. Después de esperar con tranquilidad durante dos horas, empecé a pensar que el Gobernador había olvidado sus despachos o no pensaba mandarlo entonces. Anduve paseando frente al campamento hasta que los despachos aparecieron. He observado una cosa muy general en toda América y es que la gente no tiene idea del tiempo ni del espacio. Lo mismo les da una hora que dos y una cuadra que una legua.
Cumplidos todos los requisitos, el Comandante me devolvió el recado y las maletas en perfecto estado. Me despedí de la señora y del baquiano Juan José, y seguí camino en dirección a Coronda escoltado por dos dragones. Antes de dejar el campamento, dos indios guacurúes de una partida de cuarenta que acompañaban a López, me siguieron de muy cerca tratando de arrebatarme una manta que me cubría, pero llevé la mano a las pistolas y me dejaron.
Después de este inconveniente y hasta que me vi libre de aquellos vagabundos, me mantuve entre los dos soldados de la escolta.
Ya era noche avanzada cuando entramos en Coronda, distante unas diez leguas del Monte; habíamos atravesado una llanura en que abundaban mucho las perdices. Vadeamos un río salado; los ranchos por donde pasamos estaban todos rodeados por fosos y empalizadas y tenían mangrullos.
Coronda se hallaba también fortificada de esa manera. Se compone de unas ciento veinte casas hechas de adobe.