Por diversas causas, la gran nación de los guaycurúes que se extendía hacia el norte en considerable distancia, ha quedado casi extinguida; eran considerados estos indios por los españoles como sus enemigos más crueles y en otro tiempo vino a ser un término común que se aplicaba a las tribus consideradas más bárbaras que las otras. Los guaycurúes, cuya comarca atravesaba yo en esos momentos, se mantienen en constante estado de guerra contra los criollos. Son tan inclinados a la vida errante y al merodeo, que, a partir de la revolución, se han unido voluntariamente a toda provincia en trance de atacar a su vecina. Los guaycurúes son altos y bien parecidos, de gran actividad y valentía y luchan hasta morir cuando pierden compañeros en la batalla, vuelven siempre y se llevan consigo los cadáveres. Viven en tiendas de escasa altura construidas de cueros que pueden removerse con gran facilidad y marchan de continuo a caballo, muy bien montados. Llevan malones a todas las poblaciones criollas y se roban las mujeres y el ganado. Su número se calcula aunque el cálculo es poco autorizado en ochocientos o novecientos individuos. Hablan castellano y se han hecho algunos intentos para reunirlos en pueblos pero hasta ahora sin resultado.
24 de junio. Continuamos el viaje durante la noche y tan pronto como estuvimos listos. Amaneció cuando todavía nos faltaban diez leguas para llegar al Sojorro. Estas leguas fueron las más penosas; vimos rastros frescos de los indios, sobre todo en los pastos altos pisoteados. lo que mostraba que aquéllos no andaban lejos. Los caballos iban cansados y además Dávila y yo sufríamos molestias de estómago por haber comido pan amasado con grasa de potro. La marcha se hacia muy desagradable; felizmente, cuando aclaró por completo, no vimos nada en el horizonte. Por último, el deseado monte de José Nudo apareció como una mancha negra en la lejanía. Cuando no quedó ninguna duda fue grande nuestra alegría y como a las once estábamos a sólo una milla de distancia; pero en eso cayó sobre nosotros una partida de soldados a iodo galope. Pertenecían a la provincia de Santa Fe y formaban parte de la vanguardia de López, el gobernador, que debía llegar al Monte esa misma noche. Cinco minutos después estábamos instalados en un gran rancho de paja perteneciente al Comandante don José Santos Méndez. Le presenté la carta del diputado por Santa Fe.
El Comandante y su mujer (ésta era joven y bonita y tenía un hijo pequeño) se ocupaban en prepararlo todo para la llegada del gobernador. Me recibieron con mucha civilidad. Con toda franqueza me dijo el Comandante que debía darle en depósito lo que llevaba conmigo porque no se hacía responsable de la gente que nos rodeaba en esos momentos. Yo, naturalmente, obedecí.
Su Excelencia no llegó esa noche. Había solamente un catre de cuero en la pieza y al verlo pregunté a la mujer si no lo ocupaban ella o su madre. Me aseguró que ella dormía en un rancho contiguo y que el catre se había puesto para mí, Estuve escuchando la conversación de la soldadesca y hasta tomé arte en ella pero me sentía tan cansado que me quedé dormido.