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-Voy a mantenerme en relación con el padre de usted, Juan; confíe usted en mí. Ya volverán a ser buenos amigos usted y él. Un hombre no puede vivir enfadado con su hijo cuando éste no ha cometido otro delito que el de preferir la Iglesia al mundo. El viejo no pensaba lo que dijo, y luego usted sabe que no son esos los truenos que matan a los hombres. Dejó usted, pues, el asunto a mi cargo, y si ese viejo tonto de Chaise no se ha dedicado a llenarle la cabeza...

El escape de vapor de la máquina cesó, y en el silencio repentino una voz gritó desde el puente:

-¡Todo el mundo a tierral

-¡Hasta la vista, Gloria! ¡Hasta la vista, Juan! ¡Buen viaje para ambos¡

-¡Hasta la vista, señor! -dijo el joven clérigo, con un largo apretón de manos.

Los brazos de la joven rodeaban ya el cuello del anciano.

-¡Adiós, mi querido abuelito viejo! Estoy avergonzada... y tengo pena... quiero decir que es una vergüenza para mí... ¡adiós!

-¡Hasta la vista, mi gitanilla vagabunda, mi bruja, mi niña escapada!

-Si me pone usted nombres, voy a taparlo a usted la boca, señor. Otro... otro...

Una voz gritó:

-Retírense atrás, allá...

El clérigo joven apartó de la borda a la muchacha y el vapor se movió lentamente.

-Voy abajo... no, no voy: me quedo en la cubierta. Me vuelvo a tierra... no puedo soportar esto: todavía no es demasiado tarde... No: voy a la popa, a ver los remolinos del agua.

El muelle estaba desierto ya, y el puerto vacío.

Sobre el agua blanca y movida las gaviotas revoloteaban, y el promontorio de Douglass se retiraba lentamente. En la larga línea de los malecones, los amigos de los pasajeros los despedían con los pañuelos.

-¡Allá está... en el extremo del muelle! ¡Ese que agita el pañuelo es abuelito! ¿No lo ve usted? ¡Es el de algodón rojo y blanco! ¡Bendito sea! ¡Qué feliz me ha hecho su regalito! Lo ha guardado durante años, Pero mi pañuelo de seda está muy mojado... no va a ondear. ¡Quiere usted prestarme!.. ¡Ah, gracias!, ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Ad...

La joven permaneció inclinada sobre la borda de popa, sacando el pecho por encima, y agitando el pañuelo mientras el muelle y la gente estuvieron al alcance de sus ojos; y cuando ya se perdieron de vista se quedó contemplando la línea de la costa hasta que ya nada quedó que ver de lo que ella había tenido ante los ojos en todos los días de su vida hasta ese instante.

-¡Querida islita! ¡Nunca creí que fuera tan bella! Quizás habría podido ser feliz en ella si lo hubiera procurado. Pero ¡si hubiera tenido siquiera alguien para acompañarme! ¡Qué tonta soy! ¡He estado cinco anos deseando marcharme, y rogando para conseguirlo, y ahora!...

Pero ¡qué linda es! ¿no? ¡Parece un pájaro del mar! Y cuando ha nacido usted en un lugar... ¡querida islita!, ¡Y los viejos parientes, también! ¡Qué solos van a sentirse, al fin y al cabo! Quién sabe si alguna vez volverá... Voy abajo. El viento está refrescando, y esa agua del remolino hace que mis ojos... ¡Adiós, pajarillo! Volveré... Vol... Sí, no lo dudes. Vol...

 
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