Pero lo más notable de sus facciones era la boca, una boca algo grande para ser bella, y que constantemente se agitaba con movimiento nervioso. Cuando hablaba, su voz asombraba por lo profunda, por una especie de suave ronquera, capaz, sin embargo, de todos los matices. En casi todo cuanto decía había una burla juguetona e impetuosa, y todo parecía expresarlo con la mente y con el cuerpo al mismo tiempo. Su cuerpo se movía sin descanso, y cuando estaba parada en un mismo sitio, sus pies no cesaban de agitarse. Su vestir era común, casi mezquino, y quizá; un poco descuidado. Parecía reírse y sonreír continuamente, y, sin embargo, había lágrimas en sus ojos.
El eclesiástico joven era de estatura mediana, pero parecía más alto por una cierta distinción de su persona. Cuando se quitó el sombrero para saludar al capitán, enseñó una frente abovedada y una cabeza cubierta de cabello cortado al rapo. Su nariz era bien formada, su maxilar fuerte, y sus labios carnudos; el conjunto por demás acentuado y firme para un hombre tan joven. Su cutis era moreno, casi aceitunado, y había algo del gitano en sus grandes ojos pardos, dorados, de largas pestañas obscuras. Tenía toda la cara afeitada, y su parte inferior parecía más ancha por la luz espléndida de los ojos que la iluminaban. En sus maneras había una especie de desconfiada sujeción: permanecía en el mismo sitio sin moverse y casi sin alzar la cabeza, inclinada por hábito; su hablar era grave y generalmente lento y escogido: su voz sonora y llena.
El segundo toque habla sonado y el anciano rector se aprestaba para volver a tierra.
-¿Cuidará usted a esta fugitiva, Sr. Storm, y la pondrá sana y salva en la puerta del hospital?
-Sí, señor.
-¿Y la vigilará usted en esa gran Babilonia?
-Si ella me lo permite, sí, señor.
-Si cierto, sí, lo sé. Es tan instable como el agua y tan difícil de contener como una bocanada de viento.
La joven se reía otra vez.
-Puede usted de una vez llamarme tempestad, y con eso habrá usted terminado, señor; ó sino -añadió, mirando de reojo al joven: -una tormenta... Gloria Torm... ¡Oh!
Con una corta suspensión del aliento detuvo el apellido antes de que lo pronunciara su impetuosa lengua y otra vez se rió para encubrir su confusión. El joven se sonrió ligeramente, ó más bien dicho dolorosamente, pero el viejo rector nada entendió.
-¡Toma! ¿y por qué no? Ese es también un buen nombre para ii, y lo mereces de sobra. Pero el Señor es indulgente con las naturalezas como ésta, Juan; nunca, las prueba más allá de lo que dan sus fuerzas. Usted sabe que ésta no se inclina mucho a la religión.
La joven se substrajo nuevamente al activo espectáculo que la rodeaba, y otra vez prorrumpió en un tono en que se mezclaban la burla y el sentimiento.