Y, bien agarrado de unos pasamanos de hierro, seguí subiendo, subiendo, subiendo... Para distraerme me puse o contar los escalones... Al pasar de los quince mil perdí la cuenta y me sentí un poco mareado... Mas estaba tan contento que pude llegar hasta el final de aquella nueva escala de Jacob.
- Terminada la escalera interminable, penetré como por escotillón en una ancha pieza cuadrada. Una pieza cuadrada, muy grande, con los muros, el techo, el piso, todo de un blancor de nácar. No había allí muebles ni puertas, ni personas, ni el más leve objeto, mancha o sombra. Me sentí deslumbrado, pues aunque no se veían lámparas, focos ni bujías, estaba iluminadísima, estaba enteramente iluminada a giorno.
Pasado el primer deslumbramiento, miré mejor y vi que allá, en el fondo de la pieza, me aguardaba Nanela. Aunque jamás la viera ni oyese hablar de ella, yo la reconocí enseguida. Era Nanela. Era una alta y hermosísima mujer pálida -la más alta, más hermosa y más pálida mujer del mundo, -toda vestida de blanco, sin joyas, flores ni cintas, llamada Nanela. Sobre su frente exangüe brillaba una cabellera tan negra, que se diría un cuervo incubando allí sus ideas.
- Hace ya siete años que te estoy esperando -me dijo.
Como era mi prometida, yo la abracé, la besé en sus rojos labios, y le repuse:
-¡Siete años¡... ¡Pobre Nanela!... Pero tú sabes...
-Sí, yo también sé -me interrumpió ella -que el pérfido de Tucker, mi tío y tutor, tiene la culpa.
-¡Cómo! -exclamé lleno de asombro. -Yo creía que Tucker era tu padre.
Riéndose con sus dientes centelleantemente blancos, ella me informó:
-Algunas veces es mi padre, otras un extraño, otras mi tío y tutor. Eso depende del estado de 1ánimo.