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La participación requerida
Consideramos que se requieren ciertas cualidades para poder participar de una experiencia grupal y enriquecerse con ella. Primeramente, un cierto grado de humildad y apertura para dejar entrar al otro y responder a su influencia con creatividad. Aprovechar la experiencia grupal implica poder dar y tomar, incorporar y transformar lo recibido, enriquecer y enriquecerse con los aportes. No es, por lo tanto, una actitud pasiva sino también y principalmente, activa y responsable: saber recibir lo que hay, nutrirse y colaborar con lo propio. En el PSMB se dice que la actitud básica implica un mínimo de autocrítica, de solidaridad, de optimismo y de buena fe.
Y lo interesante del caso es que las mismas cualidades que se requieren para poder participar de los grupos que propiciamos, son exactamente las que esos grupos promueven, fomentan, y estimulan en sus miembros. Esos atributos son potencialidades humanas y el grupo puede ofrecer una excelente oportunidad para actualizarlas. Hablamos de grupos en donde se entrene la flexibilidad para aceptar lo que sucede, aunque sea distinto de lo que se esperaba; que se aprenda a aceptar las diferencias y las faltas de consenso, a saber escuchar y tomar lo que piensa el otro, a renunciar a la creencia de que lo propio es lo único, lo válido, lo mejor. Y que al mismo tiempo que los integrantes se enriquezcan con el intercambio, también aprendan a discernir qué tomar y qué descartar. Que se promueva el coraje para expresar las ideas con honestidad y buena fe, el valor para disentir y diferenciarse, la entereza para asumir con responsabilidad las consecuencias del propio accionar, y se estimulen los aportes constructivos a favor de una humanidad más sabia. La atmósfera de un grupo tal, tiene propiedades curativas para todos sus integrantes y se irradia a la comunidad más amplia de la que todos somos parte.


El liderazgo requerido
Ponemos especial atención en el coordinador, con la convicción de que su nivel de ser, su grado de evolución, determina el “techo” del nivel que podrá alcanzar el grupo. El nivel de ser del líder tiene que ver con su calidad humana y ética, su inteligencia, su cosmovisión, sus valores, su apertura. Así como bajo cierto tipo de conducción grupal  –entre otros factores que también analizaremos– el grupo podría constituirse en una fábrica de sujetos autoritarios, también bajo otro tipo de conducción grupal se favorece el amor, la libertad, la creatividad, la responsabilidad, y básicamente, la fraternidad.
El modelo autoritario de vínculo interpersonal constituye la distorsión más común en todas las relaciones: entre los humanos, de los humanos con los animales, con la naturaleza, con el planeta, y por ende, cómo podría ser de otro modo, entre los líderes y los liderados. Insistimos en trabajar profundamente para deconstruir la creencia de que unos son superiores a otros y tienen derecho a imponer su saber o su voluntad y en cambio apostamos a colaborar en la construcción del modelo de hermandad en todas las relaciones.
El buen líder trabaja a favor del amor, de la expansión de la conciencia, del bien común. Comprende que cada aspecto forma parte del todo, tiene su idiosincrasia, su razón de ser, su lugar en el universo, y cada participación tiene su impacto en el todo. Un líder que se cierra, rechaza y oculta lo que no le gusta, lo que teme, lo que no comprende, tenderá a restar y marcará un “techo bajo” para el grupo. Cuantos más elementos considere o abarque, cuanta más incertidumbre soporte, cuanta más apertura tenga para descreer de fundamentalismos, más logrará promover en el grupo una cultura evolutiva de aceptación y respeto.
Una visión inclusiva implica una apertura mental desestabilizante de las seguridades que prometen los sistemas cerrados o monolíticos. Nuestra propuesta es una apuesta a favor de la inclusión. ¿Cómo se puede incluir el mal, la crueldad, la discriminación? Incluir no significa justificar, sino estar abiertos a que, en tanto humanos, participamos, seamos conscientes o no, de esas emociones y que, “nada de lo humano me es ajeno” (Terencio). Con nuestras actitudes y acciones u omisiones, contribuimos a alentar o desalentar actitudes de confrontación o de reconciliación, de cerrazón o de apertura, de fanatismo o de ampliación de la conciencia.
Inclusión tampoco implica ausencia de desacuerdos y conflictos. Los conflictos, como las crisis, son oportunidades y no enemigos que haya que eliminar o esquivar. El liderazgo requerido es ese arte de desplegar los conflictos y las crisis con apertura y confianza, discutir los prejuicios, revisar los fundamentos de las creencias, fomentar la libertad de los condicionamientos, soltar los apegos –a las ideas, a los principios, a la razón que justifica las emociones-; cultivar la aceptación, incluir lo excluido.

 
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Al coordinador de grupos, con cariño de Felisa Chalcoff   Al coordinador de grupos, con cariño
de Felisa Chalcoff

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