Por todas partes sólo encontraba aires sanos y
abundancia de frutos de la tierra. Iba a un figón, y le decían:
"¡Nunca, señor, hemos despachado tanto!" Entraba en una
bollería: "¡Nunca hemos hecho tantos bollos!" Pasaba por
una tienda de comestibles: "No damos abasto, señor, por mucho caviar
que traigamos, ¡se lo llevan todo en el acto!"
-¿Cuál es la causa de esto? -preguntaba a
conocidos y desconocidos-. ¿Qué verdadero daño se os ha
causado para que de pronto, marchen tan bien vuestros asuntos?
-Esto no proviene del daño -le contestaban-, sino de
todo lo contrario. Ahora tenemos nuevos jefes; han abolido todos los
daños. Y por ello vivimos tan ricamente.
El jefe celoso se dirigió a la jefatura. Vio que la casa
donde vivía el jefe superior estaba recién pintada; el portero era
nuevo, los ordenanzas también. Y por último, el propio jefe
superior iba de punta en blanco. El anterior rezumaba daño; el nuevo,
provecho. El anterior gruñía, el nuevo gorjeaba como un
ruiseñor. Sonreía, daba la mano, invitaba a tomar asiento, se
informaba acerca del bienestar en el territorio encomendado.
"¿Cómo van las cosas por allá...? ¿Supongo que
tendrán fábricas, que se dedicarán a la apicultura y a la
ganadería?..." ¡Un ángel!
¿Y qué iba a hacer? Comenzó a informar.
Cuanto más se adentraba en su informe, peor le resultaba. "Ya ve -le
decía-, por mucho daño que he hecho, no he conseguido el menor
provecho. No pueden recobrar el aliento en el territorio que me ha sido
encomendado, y sanseacabó".