Se enfadó. Salió a la calle y empezó a
meterse en las madrigueras y a sacar de allí a la gente, uno por uno.
Sacaba a uno, y lo dejaba pasmado; sacaba a otro, y se repetía el
asombro. Pero le ocurrió una nueva desgracia. No había tenido
tiempo de llegar a la última madriguera, cuando miró y vio que los
anteriores volvían a meterse en sus cuevas -Entonces, recordó que
cuando era aún pequeño había tenido un preceptor
francés (un emigrante) que decía: "Si quieres hacerle una
trastada a la patria, llama en .tu auxilio a "los malvados".
Se puso muy contento, convocó a "los malvados"
y les dijo:
-¡Malvados, haced denuncias por escrito!
Y de pronto, se produjo gran confusión en todo el
territorio. Para los demás, disgustos; para "los malvados",
alegrías. Danzaban de un lado para otro, alborotaban, jugaban; desde por
la mañana hasta la noche, estaban de orgía continua. Unos
hacían denuncias por escrito, otros ideaban perniciosos proyectos, los de
más allá gestionaban un saneamiento... "¡No necesitamos
pan, sino palos!", aullaban. Y todos aquellos alaridos semianalfabetos,
hediondos, penetraban en el despacho del jefe celoso. El jefe leía y no
comprendía nada: "Es preciso, en primer lugar, despertar
inopinadamente de su sueño a los vecinos con fuerte redoble de
tambores"... ¿Por qué? "Es preciso tener a los vecinos
en continuo asombro"... ¿Con qué objeto? "Es preciso
"ocultar" de nuevo América"... Bueno, pero, al parecer,
eso no dependía de él. En resumidas cuentas: se hartaba de leer y
olfatear, y no podía dictar ni una sola resolución.