-¡Repita usted! -le ordenó el nuevo jefe sin
comprender.
-Pues así es. ¡No hay manera de llegar al
verdadero daño!
-¿Qué está usted diciendo?
Los dos se levantaron a un tiempo y se miraron el uno al otro.
Y de pronto, el nuevo jefe recordó que él mismo había
redactado, infinidad de veces, circulares en este sentido para que las firmase
su antecesor.
-¡Ah, ya sé a qué se refiere!
-exclamó, soltando la carcajada-. ¡Pero si ese procedimiento lo
hemos abandonado ya! Ahora no hacemos daño, sino únicamente bien.
Pues no es posible arrojar inmundicias a un río y esperar que a
consecuencia de ello, se vuelva el agua más dulce. Grábese esto en
la memoria.
Regresó el jefe celoso al territorio de su mando, y
desde entonces tiene en la memoria dos inscripciones. Una (vieja) dice:
"Consigue provecho por medio del daño"; la otra (nueva) reza:
"Si quieres hacer bien a la Patria..." El resto no le cupo en la
memoria.
Pero a veces, confunde una inscripción con la otra. Y
entonces resulta que todo es una y la misma cosa.