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—Mañana me voy a Milán —dijo Raúl a su mujer al llegar a casa—. Tengo una reunión con nuestro delegado en Italia. Luego se sentaron en el salón y empezaron a mirar, sin interés, la televisión y a conversar de naderías. A Nuria le hubiese gustado que su marido le hablara de su trabajo pero él permanecía reservado, como siempre, y ella no le hizo ninguna pregunta. Tampoco le habló de su encuentro con Martina y se guardó bien adentro la tristeza que la embargaba. Nuria era perfectamente consciente que, a veces, él se encontraba a años luz de ella. Raúl se sumergía en sus pensamientos silenciosos y se limitaba a responder con monosílabos cuando ella le decía alguna cosa, en estas circunstancias no le apetecía comentarle nada de sus temores sobre la salud de su amiga. No quería reprocharle nada, Nuria, como siempre, evitaba el conflicto dialéctico porque conocía el trastorno que esto le producía a su marido. Raúl era muy sensible ante cualquier cambio emocional y su rostro acostumbraba a reflejar dolor ante el menor síntoma de conflicto; una subida en el tono de voz, una réplica, un gesto arisco, una frase de irritación le herían como alfileres. A menudo Nuria deseó que su marido se endureciera un poco, pero con el tiempo, no cambiaba. Raúl trabajaba mucho, se levantaba temprano, se pasaba horas y horas en la oficina, se llevaba a casa dossiers de trabajo que leía después de cenar; sobre la mesita del salón tomaba notas escrupulosamente, parecía tenerlo todo controlado, pero cuando surgía un imprevisto —una avería en el coche, una caída del niño, un error, mal tiempo— sufría desmesuradamente, se le ponía el rostro en tensión y un deje de angustia en la voz, erguía la cabeza y cerraba los puños con fuerza, paralizado, sin hacer nada. En estas circunstancias Nuria no quería romper el frágil equilibrio de su convivencia con Raúl poniendo sobre la mesa problemas, prefería pasarlos sola que arriesgarse a crear tensiones. La felicidad, para ella, consistía en compartir en paz aquellas breves horas de vida en común con su marido. Después de cenar se retiraron pronto, al día siguiente Raúl debía madrugar para tomar un avión hasta Italia. En la alcoba, Raúl observó que sobre la mesilla de noche de su mujer había un libro, lo tomó con curiosidad y leyó el título, —“Pilar Prim”, ¿es una biografía? —preguntó interesado. —No, es una novela muy interesante, pero podría ser la biografía de muchas mujeres de esta ciudad —dijo ella, agradablemente sorprendida por la atención de su marido. —¿Te gusta? —preguntó él entonces con sincero interés. —Mucho —respondió ella. Nuria sonrió complacida para sus adentros. Aquellos breves instantes lo tenía para mí, era mío. Recuerdo claramente que me acerqué a él y le puse las manos sobre los hombros. Los dos miramos por la ventana las luces de la calle y me dije: No olvides nunca esta felicidad. No te olvides de ella porque presiento que no durará mucho.
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