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Nuria llevaba tiempo sin tener noticias de su amiga Martina, hacía días que no le llamaba para ir juntas de tiendas. Aquella tarde pasó frente a su domicilio y decidió subir a saludarla. Al pulsar el timbre dudó en encontrarla y pensó: “Igual no está en casa, siempre anda por ahí… “ Pero Martina abrió la puerta, la sorpresa se reflejó en su rostro. Mostraba la cabeza totalmente lampiña, dejando al descubierto un mapa de pequeñas venas azuladas. Estaba pálida y ojerosa pero inmediatamente se mostró alegre y frívola, como siempre, para saludarla con afecto: —Nuria, ¡qué alegría verte! Entra. He estado un poco fastidiada pero ahora ya me encuentro mejor. —Pasaba por aquí y me he dicho, a ver si encuentro a Martina… —Claro que sí. Pasa al salón y te prepararé un café de aquellos que tanto te gustan. Nuria se acomodó en el gran sofá de la sala de estar mientras Martina estaba en la cocina preparando dos espressos en el último modelo de cafetera automática que acababa de comprar. Al regresar, llevaba una bandeja con las dos tacitas de café sobre las que destacaba una aromática espuma teñida de marrón claro, un azucarero y un platito con pastas completaban la improvisada merienda, además, Martina, se había puesto en la cabeza un pañuelo, estampado con unas vistosas flores, anudado en la nuca. —No sabía que habías estado enferma —dijo Nuria, un poco violenta ante aquella inesperada noticia. —No ha sido nada, ya estoy mejor… Estaba claro que Martina trataba de quitar importancia a lo que eran las evidentes secuelas de lo que sin duda era un tratamiento de quimioterapia y que, a todas luces, hacía pensar a Nuria que su amiga sufría una grave enfermedad. Martina estuvo bromeando sobre banalidades durante unos minutos pero no consiguió arrancar una sonrisa de los labios de Nuria, demasiado impresionada para fingir indiferencia ante la situación de su amiga. Finalmente Martina se hundió anímicamente y rompió a llorar desconsoladamente, Nuria la abrazó con gran afecto y tampoco pudo contener el llanto mientras su amiga, ahora con desesperación le decía entre sollozos: —Nuria, tengo mucho miedo. No quiero morirme… Permanecieron un buen rato abrazadas, llorando silenciosamente, luego intercambiaron unas breves palabras de amistad. Nuria no sabía que decirle a su amiga, no quería quitar importancia a la gravedad de su situación pero tampoco quería asustarla con comentarios alarmantes. Martina pareció entender lo que estaba pasando por la cabeza de su amiga y le dijo, —Prefiero que no vengas a verme hasta que no esté totalmente restablecida. Con la otra gente puedo mostrar una falsa alegría que no puedo fingir contigo, nos conocemos demasiado bien. —Claro… Nuria salió de aquel piso totalmente trastornada. |
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Consiga El color del cristal de Josep Maria Salvat en esta página. |
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