Andrés - Si con lo de amigo pretende referirse usted a mí, yo no he cumplido
el servicio militar. Tengo exceso de puente en los pies, de lo cual me alegro.
Viejo -
Perdone, amigo. No quería molestarle, pero...
Andrés -
Está usted perdonado.
A partir
de ese momento, debido seguramente a su arrogancia, Andrés se convierte en el
héroe de la chica del vagón. Le da golpecitos así como sin querer, le pisa para
poder disculparse, se le echa encima en las curvas y, para colmo, simula perder
el equilibrio al coger una bolsa de plástico del maletero y se le sienta en las
rodillas.
Andrés -
Deje, deje, ya le alcanzo yo el paquete.
Chica -
¡Oh, muy amable!
Andrés -
Siempre que usted me lo permita sentándose en otro lado.
Al
vejestorio le hacían los ojos chiribitas. Los soldados habían dejado de hablar y
les contemplaban con aire burlón.
Soldado -
Pero, ¿qué pasa, titi? Ven a caerte por esta banda, verás como te tratamos con
más cariño.
A
cualquier chica decente, esto le habría bastado para coger sus cosas en silencio
e irse a otro vagón, pero ésta debía de ser una desvergonzada, porque, no
satisfecha con la penosa situación que había desencadenado con sus devaneos y
cuando parecía que iba a ponerse al fin de pie, volvió a tirársele encima
agarrándole esta vez del cuello, asfixiándole prácticamente con sus cuatro pelos
y clavándole las gafas en la sien.
Andrés -
¡Dios bendito! Pero, ¿qué se propone usted? Levántese de una vez, si no quiere
que llame al revisor.
Chica -
¿Llamar al revisor? Pero, ¿de dónde sales tú, chato?
Soldado -
Ven aquí, nena, no pierdas el tiempo con ese tipo. A mí no me importa que tengas
el culo gordo. ¡Jua! ¡Jua! ¡Jua!
Ella se
levantó como haciéndose la ofendida, pero halagada al mismo tiempo. Andrés se
aferró a su maleta y huyó despavorido de semejante vulgaridad.