-Yo -decía la mayor- me pondré mi traje de
terciopelo rojo y mis encajes de Inglaterra.
-Yo -decía la menor- me pondré la pollera de
siempre, pero en cambio llevaré mi tapado con flores de oro y mi collar
de diamantes, que no es de los menos bonitos.
Enviaron por una buena peinadora para arreglar sus peinados y
compraron lunares de los mejores. Luego llamaron a Cenicienta para pedirle su
opinión, porque tenía buen gusto. Cenicienta les aconsejó a
la perfección y aun se ofreció para peinarlas, cosa que ellas
aceptaron.
Y mientras las peinaba, ellas le decían:
-Cenicienta, ¿te gustarla ir al baile?
-¡Ah, señoritas!, ustedes se ríen de
mí; no me corresponde . . .
-Tienes razón; la gente se reiría de ver a una
Culigrís ir al baile.
Otra en lugar de Cenicienta las habría peinado mal, pero
ella era muy buena y las peinó perfectamente bien. Se pasaron casi dos
días sin comer, pues se sentían transportadas de alegría.
Rompieron más de doce cordones a fuerza de apretarse para afinar su
cintura y estaban siempre frente al espejo.
Por fin, llegó el feliz día y ellas salieron para
el baile mientras Cenicienta las seguía con la mirada hasta donde
alcanzaba a verlas. Se echó a llorar. Su madrina, al verla bañada
en lágrimas, le preguntó qué tenía.