¿Qué tan bueno será lo que está por venir, cuan seguro será
nuestro querido país y para quien?
Las respuestas a estas interrogantes están a la vista o son
fácilmente predecibles, y no obstante que la actual administración ha dado
algunas señales positivas, habrá que ver si quienes detentan el poder tienen
realmente la disposición, no digamos de resolver pero al menos de aliviar las
caóticas condiciones en que mantienen a cerca de las dos terceras partes de los
salvadoreños, hoy más empobrecidos que antes del conflicto, sitiados por una
espiral de violencia agobiante que no se resolverá con la aprobación de leyes
draconianas o con dedicatoria, ni con la sola aplicación de planes de mano dura
o superdura de inspiración electorera, mientras no se ataquen las raíces de los
problemas ni se dé cumplimiento a la legislación, empezando por la Constitución
de la República; pues las prácticas represivas no son sino más de lo mismo que
tradicionalmente se ha recetado a la ciudadanía para eliminarle sus problemas de
una vez y para siempre, lo cual debiera aplicarse con tanta o mayor energía a
los delincuentes de cuello blanco y a todos aquellos que propician, financian y
ejercen la violencia contra la población para salvaguardar sus privilegios.
De ahí que, ante el fracaso de la "revolución o muerte", y por
encima de los millares de víctimas resultantes del conflicto, se nos impuso el
"neoliberalismo letal", sin que a la fecha se haya estructurado una fórmula
alternativa y menos un liderazgo capaz de sacarnos de este
atolladero.