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El presente y un poco de mí


“Cuando el dolor sobrepasa los límites, el alma se arrodilla, la lágrima se seca, el grito calla, la razón se pierde y la locura se averguenza...”


¿Escribir? ¿Se puede realmente describir con palabras, en toda su extensión, en toda su magnitud el dolor que siento?
Creo que no. Creo que aún no se han inventado las palabras adecuadas para describir el tormento, la desolación, el pesar que causa perder a un hijo y el esfuerzo que se necesita para seguir viviendo con el alma mutilada y hacerle frente a la vida para seguir de pie.
No hay palabras que puedan expresar con claridad la intensidad de este sentimiento, que congela tus emociones y paraliza tus sentidos.
Te veo José Naím, inerte en esa cama y créeme, amor, que no encuentro una sola palabra que se le acerque siquiera a lo que estoy sintiendo en este momento...
Me siento perdida, ¿sabes? No sé lo qué está pasando, no sé lo que estoy sintiendo y no sé lo que estoy haciendo.
Sólo sé que me estoy muriendo al igual que tú y que todo pierde su sentido, su valor.

Llevamos casi un mes aquí, en este hospital y no sé realmente dónde estoy. No me encuentro. Me busco y no me encuentro. Me perdí, no sé si volveré a encontrarme, no sé si quiero encontrarme y menos aún sé, lo qué lograré hallar...
Pero bueno, eso por el momento no importa. Lo verdaderamente importante eres tú mi amor y que yo estoy y estaré siempre junto a tí.
Aspiré profundo, llenando de aire mis pulmones y mirando sín ver una vez más aquel cuarto típico de hospital al mismo tiempo que con determinación y fuerza endurecía mi ser, para poder seguir aquí, al lado de mi bebé. Con el mejor tono de voz que me pudo salir, empecé a platicar, a hablar con él.
—Anoche te hizo guardia una enfermera de nombre Nuria y nos pasamos casi toda la noche conversando. Es muy agradable, ¿sabes? —le sonreí a mi bebé postrado, inmóvil en aquella cama de hospital y proseguí con mi “charla”.
Platicamos mucho, de muchas cosas, increíble, ¿verdad? Que dos personas que apenas se acaban de conocer hablen tanto y de tantas cosas, como si ya nosconocierámos, pero precisamente esa impresión me dio. Fue bastante agradable y confortable hablar con ella y entre todas esas cosas que hablamos me sugirió que empezara a escribir todo lo que nos ha pasado, lo que platicamos tú y yo, en fin... tomé su pequeña mano entre las mías, ¡Dios, cómo deseo que esas manos vuelvan a tocarme! Mi voz quizo quebrarse al mismo tiempo que sentí un vuelco en el corazón, así que dejando su manita de nuevo en la cama, continué mi... “nuestra conversación”.

—¿Crees que sea buena idea? —Le pregunté, al mismo tiempo que de manera rápida miraba su carita, para enseguida desviar mi mirada, antes de que mis emociones me descontrolaran: Era imposible verlo y continuar tratando de disimular que el dolor ¡me estaba desgarrando por dentro...!—. Tal vez sí —continué, con mi voz forzada para parecer casual—, pero esta sugerencia me hizo pensar que tal vez también sería bueno que yo fuera platicándote un poco de nosotros. Tal vez te gustaría saber lo que hemos hecho antes de que tú llegaras a nuestras vidas —sonreí—. Te hablaré de tu hermano mayor, Farucito, al que no conociste y sín embargo eres tan parecido a él...
—¡Hola! —saludó Grace, la enfermera en turno que venía a darle algunos medicamentos a mi bebé.
—¡Hola! —correspondí a su saludo y traté de sonreirle. Me levanté de la silla que había puesto al lado de la cama de mi José Naím. Con Grace no había necesidad de estar tan al pendiente, era tan eficaz, tan responsable y cariñosa, no sólo con mi hijo sino también conmigo.
—Vamos, váyase a tomar un café y a desayunar. Yo me hago cargo de mi amor. —Una vez más me “echó” del cuarto para que yo me diera un tiempo para descansar. Lo dicho, Grace estaba al pendiente de todo.
Tomé mi bolso y con un “gracias, no me tardo”salí hacia la salita que tenían en el piso y en donde se encontraba también el café y unos panecitos que ponían todas las mañanas.
Me senté en una silla al lado de una mesa, con mi café y un muffin. Observé el lugar. Había fotografías de niños de diferentes edades acompañados de enfermeras o de algún doctor. Se veían sonrientes, había terminado, tal vez, su calvario, dejaban el hospital con ansias de jugar, de brincar, de vivir...
Sín poder evitarlo, se me escapó un suspiro y me quedé quieta, con la mirada fija en la nada, sin emociones ni sentimientos que me estremecieran o me hicieran sentir que estaba viva, que no había perdido mi capacidad de sentir, de pensar, de vivir.
Después de un momento, me levanté y me fui decidida hacia el cuarto. Había tomado una decisión: Tomaría en cuenta la sugerencia de Nuria, comenzaría a escribir.
—Será algo bueno, lo sé —me dije, considerando la idea.
Grace todavía se encontraba con José Naím cuando llegué al cuarto.
—Ya casi termino —me dijo, con su dulce voz—, sólo lo estoy cambiando de posición.
—Gracias, Grace —le sonreí—. ¿Puedes conseguirme algunas hojas donde escribir?
—Claro, en un momento se las traigo, ¿ok? —Segundos después salió del cuarto.
Le eché una breve mirada a José Naím. Todo estaba igual, no había cambios ni en él ni en los números que mostraban las máquinas que tenía conectadas a su cuerpecito, a su vida... Me asomé a la ventana del cuarto y vi que el día parecía frío, nublado, era como si el sol fuera mi aliado en estos momentos y se negara también a regalar su luz, su calor.
—Aquí tiene las hojas, ¿le alcazan con estas? —Grace regresó al cuarto, con un buen número de hojas blancas y lapiceros.
—Gracias, Grace.—Le dije, tomando las hojas y dirigiéndome hacia el mueble que estaba al fondo del cuarto y que en las noches se convertía en cama. Casi sín darme cuenta empecé a escribir; ¡Dios! Era como si le hubieran ofrecido un vaso de agua al sediento. ¡Cuánta necesidad tenía mi alma!

 
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