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Mi nombre es Rocío, mi niñez y adolescencia fueron “color de rosa”. Lo tuve todo, desde unos excelentes padres hasta una vida llena de felicidad y abundancia. Compartí momentos únicos de felicidad, de risas y alegrías con hermanos, primos y excelentes amigos y precisamente en esa época comenzó mi relación con mi hermano y amigo: Jesúscristo. No había nada que yo deseara o le pidiera que él no me concediera. Así funcionaba, yo solo pedía y él me daba. Era fe, solía decirme. Esa fe que me hacía sentir especial. Esa fe de la que Jesús dice: “puede mover montañas”. Esa fe que te ayuda a sentirte seguro en la vida y que te hace pensar que todo lo puedes, que todo lo tienes. Todo era alegría y felicidad, con los problemas inherentes de la adolescencia, nada fuera de lo normal, todo estaba bien. Todo, hasta aquel día... A los veintiún años terminé de estudiar la Universidad y regresé enseguida a mi pueblo, a mi gente, a la vida sencilla que sólo estando allá se puede percibir y apreciar. Tres años más tarde me casé con Farút, también del pueblo y decidimos vivir allá y empezar una vida juntos, llena de sueños y de ilusiones. Sueños e ilusiones que poco después serían destrozados de la manera más cruel. A los tres meses de casados y todo funcionando perfecto decidimos, mi esposo y yo, tener un bebé y aun eso salió bien ya que sín ningún problema, enseguida me embarazé. Creo que en aquél tiempo me sentía la persona más consentida por Jesús. Mi fe era indestructible, me decía, por lo mismo era una persona feliz y me sentía la más segura del mundo, la más llena de confianza, de amor, de fe, hasta que... Todo paracía estar bien en mi vida, todo casi perfecto y digo casi, porque bien dicen que la perfección sólo Dios la tiene; pero en mi vida, en mi mundo todo marchaba estupendamente bien, hasta que de pronto todo comenzó a cambiar... Algunas veces oí decir que la vida es una ruleta, en donde a veces ganas pero también pierdes. A mí nunca me había tocado perder y no era algo a lo que le tuviera miedo, por ley de naturaleza sabía que no siempre se puede ganar, sólo que nunca imaginé que la “vida” que había sido tan generosa y benigna conmigo, me fuera a mostrar su lado más oscuro y doloroso, ese que de solo pensarlo te llena de miedo y terror. El tres de noviembre de 1991, nació nuestro bebé, era realmente hermoso (aunque, ¿qué bebé no lo es para su madre?) Todos estábamos felices con él: mis padres, mis suegros, en fín, toda la familia y ya no decir de Farút y de mí. Le pusimos por nombre Farút Yucef y descubrí que el ser madre es el sentimiento más hermoso que un ser humano puede experimentar y precisamente hasta que uno lo es, se da cuenta de ello. Nada, ¡ningún otro sentir se compara con esto! En ese momento uno se da cuenta que todo lo demás parece pequeño comparado a la emoción y sensación de ser madre. ¡De pronto ese pequeño ser se convierte en el eje y motor de tu vida! Realmente ¡ya nada es igual! Los días empezaron a transcurrir con más alegría y felicidad que el nuevo miembro de la familia había traído con su llegada, hasta que de pronto nos dimos cuenta que algo no andaba bien con mi bebé e inesperadamente y sín poder evitarlo, todo comenzó a suceder... |
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Consiga ¿Por qué murió mi hijo? de Rocío Montiel F. en esta página. |
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