El almuerzo del medio día, transcurrió sin ningún
inconveniente; aprovechando que eran dos para servir, Herbert puso en práctica
el sistema de servir los platos sobre un mueble auxiliar y que Harry los fuera
colocando ante cada comensal, según tenía entendido, así se servía en los
almuerzos de más categoría, solamente las bebidas eran servidas en la mesa y vio
que estuvo acertado, al captar una mirada de aprobación entre el capitán y el
primer oficial.
Al retirarse del comedor, el ingeniero jefe, se detuvo un instante y le dijo
a Herbert. -Dentro de una hora te espero en la sala de máquinas.
Su nuevo jefe, era un hombre de mediana estatura, algo calvo, usaba una barba
rubia bien recortada; cuando Herbert llegó lo llevó a un pequeño privado.
-Te voy a hacer una serie de preguntas para saber hasta donde
podré contar contigo, -le dijo- y fue planteándole varios problemas imprevistos,
Herbert tenía que decirle cual sería, a su criterio, el paso inmediato para
solucionarlos. Todas las contestaciones que le dio el muchacho, fueron lógicas;
la última pregunta fue. Si en alguna guardia, te encuentras solo y notas que la
presión de aceite se viene abajo y no me localizas a mí. ¿Que harías?
-Con mar calmo, lo paro y pongo en marcha el motor auxiliar,
-respondió Herbert. -¿Y bajo una fuerte tormenta? -volvió a preguntar el
oficial. -En ese caso considero que la seguridad del barco está antes que la del
motor; antes de pararlo, sólo bajo su velocidad y de inmediato pondría en marcha
el otro motor, -fue la respuesta del muchacho.
El jefe lo miró unos segundos y luego, poniéndose de pié le
dijo: -Te felicito, creo que nos llevaremos bien; ahora ven que te explico la
rutina.
El Bretaña era un buque relativamente nuevo, de dieciocho mil
toneladas, era uno de los primeros barcos mercantes equipado con dos grandes
motores sistema Diesel y posiblemente uno de los últimos mercantes mixtos.
El trabajo en la sala de máquinas, se cumplía en cuatro turnos
de seis horas cada uno, rotativos cada doce.
Herbert quedó libre a las 18 horas, se baño y subió a cubierta;
el nuevo trabajo le gustaba, desde niño le habían fascinado las máquinas; lo
único que no le agradaba, eran las horas de encierro sin ver el cielo, ni sentir
el viento en la cara, era un enamorado de los espacios abiertos.
Sentado sobre uno de los malacates de proa, estaba Harry el
nuevo aprendiz de mozo; se dirigió hacia él, tenía ganas de seguir practicando
su rudimentario manejo del ingles; este muchacho podría darle una buena mano,
además era el único tripulante de su misma edad. Cuando se acercó, Harry al
oírlo, lo miró y con una sonrisa algo forzada, le dijo:
-¿Que tal?
De inmediato se dio cuenta que para el inglés, las cosas no andaban bien,
tenía el rostro totalmente pálido, pero iluminado por las últimas luces del
ocaso, teñido entre amarillo y naranja.
-Te afecta el mareo. ¿No es así?
Harry asintió con un movimiento de cabeza.
Mira, has lo siguiente, -le dijo Herbert- respira hondo muchas
veces hasta que empieces a sentir una especie de borrachera ocasionada por la
super-oxigenación, luego coloca la cabeza entre las piernas para que te vaya más
sangre a la misma; su falta de vocabulario, hizo que tuviera que explicar con
gestos, para hacerse entender.
Al rato, el rostro de Harry, comenzó a cobrar algo de color,
hasta tuvo ánimo para hablar.