Habituada a jugar a seducir, un día me sorprendí totalmente
atraída por ese hombre serio y espléndidamente sutil, trabajador incansable y
hábil negociador, que era capaz de ser duro como el pedernal en los negocios y
al mismo tiempo desplegar toneladas de ternura y fina seducción con una mujer,
cuando se lo proponía.
Cuando caí en la cuenta, estaba totalmente atrapada por su solemne
seducción. Y de la misma manera, una noche casi sin advertirlo y después de
cenar en un restaurante muy de moda, me encontré jugando é
l-arriba-yo-abajo y haciendo travesuras en mi departamento de mujer
sola. Esa noche descubrí que ese hombre que yo imaginaba solemne como una
estatua, era un maravilloso amante, tan hábil y experimentado para los juegos
del sexo como para cualquier otra actividad que desarrollaba en la vida.