-El sistema está muy alterado, y es difícil restaurar por estos medios las
fuerzas perdidas...
Velaba el mísero descanso, mudo e inmóvil junto a la cabecera, un joven a
quien apenas apuntaba la barba, y en cuyo semblante de rasgos acentuados y
viriles se esparcía la sombra de una pena rígida. Sus ojos, de un reflejo firme
y enérgico fijos en el lecho de la doliente, denunciaban un carácter, a la vez
que los profundos anhelos de una pasión filial intensa y concentrada. Con la
cabellera revuelta y caída en parte sobre la frente amplia y tersa, el labio
contraído y los brazos cruzados, parecía esperar el final de un sueño, precursor
de aquel otro sin fatigas ni delirios.
La lámpara arrojaba desde el fondo del gabinete una claridad mortecina. De
vez en cuando, él inquiría con solicitud extrema los menores estremecimientos de
la enferma, cuya respiración entrecortada no era más que un leve hálito. El
rostro de la enferma se sonrosaba a intervalos ligeramente, para recobrar bien
presto una palidez marmórea; las mejillas hundidas no tenían ya carnes, y la
piel pegada a los huesos, arrugada y seca, permitía ver algunas venas violáceas
en donde parecía moverse apenas la sangre. La fría humedad de sus sienes
trasmitía una impresión penosa a la mano que buscaba con triste afán el latir de
la arteria empobrecida. Notábase en los labios cárdenos un ligero temblor, y era
entonces cuando se crispaban las manos surcadas por largas huellas color de
plomo, al oprimir la del joven con fuerza misteriosa.
Desde luego, su sueño era corto y levísimo, a pequeñas treguas. En esos
lapsos dolorosos levantaba sus párpados hasta la mitad de las órbitas, y detenía
en el rostro del hijo sus ojos azules, iluminados por el delirio. Pero su boca
permanecía muda. Ya no articulaba acentos.
Después de las tres operose una reacción favorable. Acordose el joven de que
el médico había recomendado cierta dosis de éter para ayudar a reanimar aquel
organismo deshecho. Pero las perlas se habían concluido. Alguien le reemplazó en
ese instante en su puesto y resolviose a salir. Miró una vez más a la enferma, y
de allí se apartó con paso indeciso, como si presintiera toda la amargura que le
reservaba el regreso.