https://www.elaleph.com Vista previa del libro "El abanico de Lady Windermere" de Oscar Wilde (página 4) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Jueves 25 de abril de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  (4)  5  6 
 

LORD DARLINGTON. - Prefiero no hacerlo, duquesa. Hoy día ser comprensible es una falta de habilidad. A los pies de usted, duquesa. (Besando la mano DUQUESA.) Y ahora, lady Windermere, hasta la vista. ¿Tiene usted inconveniente en que venga esta noche? ¡Déjeme usted venir!

LADY WINDERMERE. - Venga usted, si quiere con la condición de que no dirá a nadie tonterías que no siente.

LORD DARLINGTON.- (Sonriendo.) ¡Ah, empieza usted a corregirme! Cosa muy peligrosa, lady Windermere, corregir a nadie. (Se inclina y sale.)

DUQUESA. - (Levantándose.) ¡Qué mala cabeza tan simpática! Me alegro que se haya ido. ¡Qué bonita está usted! ¿Dónde se hace usted los trajes?... Ah querida Margarita, debo decirle lo apenadísima que estoy por usted. (Yendo hacia el sofá y sentándose en él con LADY WINDERMERE.) ¡Agatha, querida!

AGATHA- (Levantándose.) ¿Qué, mamá?

DUQUESA. - ¿Querrías ponerte a ver aquel álbum de fotografías que está allí?

AGATHA. - Sí, Mamá. (Se dirige a la mesa de izquierda.)

DUQUESA. - ¡Qué buena es! ¡Y tan aficionada a las fotografías de Suiza! Un gusto purísimo, ¿verdad? Pues sí, querida Margarita, estoy apenadísima por usted.

LADY WINDERMERE.- ¿Por qué, duquesa?

DUQUESA.- ¿Por qué ha de ser? Por esa horrible mujer. Y todavía menos mal si no se vistiera tan bien y fuera un poco peor parecida. Augusto, mi lamentable hermano - usted le conoce-, un castigo para todos nosotros; bueno, pues Augusto está completamente chiflado por ella. Figúrese usted: una mujer que no se puede admitir en sociedad. Hay muchas mujeres que tienen un pasado; pero ésta me han dicho que tiene, por lo menos, una docena, y todos ellos de gente bien.

LADY WINDERMIERE. - Pero ¿a quién se refiere usted, duquesa?

DUQUESA.- A mistress Erlynne.

LADY WINDERMERIC.- ¿Mistress Erlynne? Es la primera vez que oigo ese nombre, duquesa. ¿Y qué tengo yo que ver con mistress Erlynne?

DUQUESA. - ¡Pobre Margarita!... ¡Agatha, querida!

AGATHA.- ¿Qué, mamá?

DUQUESA. - ¿Quieres salir a la terraza a ver la puesta de Sol?

AGATHA.- (Levantándose y saliendo a la terraza.) Sí, mamá.

DUQUESA. - ¡Qué obediente es! Y aficionadísima a las puestas de Sol. Cosa que demuestra una sensibilidad muy refinada, ¿verdad? Al fin y al cabo, no hay nada como la Naturaleza.

LADY WINDERMERE. - Pero ¿qué es lo que ocurre, duquesa? ¿Por qué habla usted de esa mujer?

DUQUESA.- ¿Pero realmente no sabe usted? Le aseguro que todos estamos consternados. Anoche mismo, en casa de lady Jansen, todo el mundo hablaba de lo extraordinario que era que entre todos los hombres de Londres, fuera Windermere el que se portara así.

LADY WINDERMERE.- ¿Mi marido? ¿Y qué tiene que ver mi marido con una mujer semejante?

DUQUESA.- ¡Ah! Ésa es precisamente la cuestión querida. Por lo menos, él va a verla continuamente y se pasa horas y horas en su casa, y mientras él está allí, ella no recibe a nadie. No es que vayan verla muchas señoras, no; pero, en cambio, tiene un sinfín de amistades del sexo masculino, todos ellos calaveras de profesión, y mi hermano entre otros, como le dije a usted; y esto es justamente lo que agrava la conducta de Windermere. ¡Y nosotros que le teníamos por un marido modelo! Mis sobrinas, las de Saville -usted las conoce, creo-, unas muchachas muy caseras, y feas, horrorosamente feas, pero ¡tan buenas! -se pasan la vida al balcón haciendo labores de fantasía. Y esos trajes para los pobres, horribles, sí, pero muy útiles en estos tiempos tremendos de socialismo-. Pues, figúrese usted que esa mujer ha tomado una casa frente a la de ellas. ¡Parece mentira, una calle tan respetable! No sé, realmente, adónde vamos a parar. Bueno; pues ellas me han dicho que Windermere va a verla cuatro y cinco veces por semana. Ellas le ven entrar; no tienen más remedio. Y aunque ellas no sean aficionadas a chismes y cuentos, pues claro, no han podido menos de contárselo a todo el mundo. Y lo peor, según parece, es que esa mujer vive, y muy bien, a costa de alguien, pues hace seis meses, cuando llegó a Londres, no traía, por decirlo así, ni un céntimo, y ahora tiene esa casa divinamente puesta, según dicen los que la han visto, y coche propio, y ¡qué sé yo! Todo ello desde que conoce a ese pobre Windermere.

LADY WINDERMERE.- ¡Oh, no puedo creerlo!

DUQUESA.- Pues es la pura verdad, querida. Todo Londres lo sabe. Por eso he creído de mi deber venir a hablar con usted para aconsejarla que se lleve a Windermere una temporada fuera de Londres, a Trouville, por ejemplo, o a Niza, o a algún sitio donde se distraiga, y donde usted pueda vigilarle durante todo el día. No sabe usted, querida, las veces que en mi vida de casada he tenido que fingir alguna enfermedad y resignarme a beber las aguas minerales más desagradables, con tal de sacar a Berwick de Londres. ¡Era de un corazón tan sensible! Aunque, eso sí, puedo asegurar que nunca dio mucho dinero a nadie. En esto, por lo menos, es de principios muy elevados.

LADY WINDERMERE. - (Interrumpiéndola.) ¡Es imposible, duquesa; le digo a usted que es imposible! (Levantándose y cruzando la escena hacia el centro.) No hace más que dos años que estamos casados. Nuestro hijo no tiene más que seis meses... (Se sienta en una silla junta a la mesa.)

DUQUESA.- ¡Ah!, ¿y ese encanto, cómo sigue? ¿Es niño o niña? Espero que niña... ¡Ah, no; ahora recuerdo que es niño! Lo siento. Los niños son muy malos. El mío es de una inmoralidad atroz. No puede usted figurarse a qué horas vuelve a casa. Y eso que acaba de salir del colegio hace pocos meses. No sé, realmente, qué les enseñan allí.

LADY WINDERMERE.- ¿Cree usted que todos los hombres son malos?

DUQUESA.- Absolutamente todos, sin excepción. Y que nunca mejoran. Se vuelven viejos; pero mejores jamás.

LADY WINDERMERE.- Windermere y yo nos casamos por amor.

DUQUESA.- Sí, así empezamos nosotros. Sólo las amenazas constantes y brutales de suicidio de Berwick me hicieron aceptar su mano y, sin embargo, antes del año ya estaba corriendo detrás de toda clase de faldas, negras y blancas, finas y ordinarias. Y todavía en la luna de miel, le pesqué con una de mis doncellas, una muchacha muy bonita y muy decente. Claro que la despedí enseguida, sin certificado. O no; recuerdo que se la cedí a mi hermana ¡Ese pobre sir Jorge es tan corto de vista, que creí que no importaba! Pero importó, importó según parece. (Levantándose.) Bueno, hija mía, tengo que irme; esta noche comemos fuera. No vaya usted tomar demasiado a pecho esa pequeña aberración de Windermere. Lléveselo usted al extranjero, verá cómo vuelve a usted.

LADY WINDERMERE.- ¿Cómo vuelve a mí?

DUQUESA. - Sí, hija mía; esas condenadas mujeres nos quitan nuestros maridos; pero éstos acaban siempre por volver a nosotras; aunque, eso sí, un tanto averiados. Y no le haga usted ninguna escena; los hombres detestan las escenas.

 
Páginas 1  2  3  (4)  5  6 
 
 
Consiga El abanico de Lady Windermere de Oscar Wilde en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
El abanico de Lady Windermere de Oscar Wilde   El abanico de Lady Windermere
de Oscar Wilde

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com