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Gabinete en casa de lord Windermere. Puertas al fondo y a la derecha. Bureau cargado de libros y papeles a la derecha. Sofá y la mesita de té a la izquierda. Puerta acristalada que conduce a la terraza, a la izquierda. Mesa a la derecha. Lady Windermere junto a la mesa de la derecha, arreglando unas rosas en un jarrón azul

(Entra PARKER.)

PARKER.- ¿Está en casa la señora esta tarde?

LADY WINDERMERE.- Sí... ¿Ha venido alguien?

PARKER.- Lord Darlington.

LADY WINDERMERE.- (Después de un instante de vacilación.) Que suba..., y estoy en casa para todo el mundo.

PARKER.- (Se inclina y sale por el fondo.) Prefiero verle antes de la noche. Me alegro que venido.

(Entra PARKER por el fondo.)

PARKER.- Lord Darlington.

(Entra LORD DARLINGTON. Sale PARKER).

LORD DARLINGTON.- ¿Cómo está usted, lady Windermere?

LADY WINDERMERE.- ¿Cómo está usted, lord Darlington? No, no puedo darle la mano. Las tengo todas mojadas, de arreglar estas rosas. ¿Verdad que son preciosas? Me han llegado de Selby esta mañana.

LORD DARLINGTON.- ¡Admirables! (Viendo el abanico sobre la mesa.) Y ¡qué maravilloso abanico! ¿Me permite usted que lo vea?

LADY WINDERMERE.- Véalo usted. ¿Es bonito, verdad? Y tiene pintado mi nombre. Acabo de recibirlo. Es el regalo de mi marido. ¿No sabe usted que hoy es mi cumpleaños?

LORD DARLINGTON.- ¿Sí? ¿De veras?

LADY WINDERMERE.- Sí, hoy entro en mi mayor edad. Día importantísimo en mi vida, ¿eh? Por eso esta noche doy un baile. Pero siéntese usted. (Continúa arreglando las flores.)

LORD DARLINGTON.- (Sentándose.) Siento no haber sabido que era su cumpleaños, lady Windermere. Habría alfombrado de flores su calle, para que usted las pisara. ¿Qué más hubieran podido desear ellas? (Pausa breve.)

LADY WINDERMERE.- La otra noche, en el baile del Ministerio de Estado, estuvo usted un tanto inconveniente, lord Darlington. Y lamentaría volviese usted a las andadas.

LORD DARLINGTON.- ¿Que estuve inconveniente, lady Windermere? ¿Pues qué hice?

(Entra PARKER, seguido de un criado, por el fondo, con una mesita y un servicio de té.)

LADY WINDERMERE. - Póngalo usted ahí, Parker. Está bien. (Sécase las manos con su pañuelo, se dirige hacia la mesita del té, a la izquierda, y se sienta.) ¿Quiere usted acercarse, lord Darlington?

(Salen PARKER y el criado por el fondo.)

LORD DARLINGTON.- (Coge una silla y se acerca.) Me tiene usted con el alma en un hilo, lady Windermere. Hasta que me explique usted qué es lo que hice, no podré tranquilizarme. (Se sienta a la mesita.)

LADY WINDERMERE.- ¿Y me lo pregunta usted? Pues, estarme diciendo cumplidos toda la noche.

LORD DARLINGTON.- (Sonriendo.) ¿Y eso es estar inconveniente?

LADY WINDERMERE.- No, no se sonría usted. Le estoy hablando muy en serio. No me gustan, ni poco ni mucho, los cumplidos, y me parece absurdo que haya quien se figure halagar extraordinariamente a una mujer por el mero hecho de decirla un sinfín de cosas de las que él mismo no cree una palabra.

LORD DARLINGTON.- ¡Ah! Pero es que yo las creo todas. (Tomando la taza de té que ella le tiende.)

LADY WINDERMERE.- (Gravemente.) Espero que no. Sentiría tener que regañar con usted, lord Darlington. Ya sabe usted que le tengo una sincera simpatía. Pero se la perdería en absoluto si me convenciese de que es usted como la mayoría de los hombres. Créame, usted es mejor que la mayoría de los hombres, aunque a veces quiera usted parecer peor.

LORD DARLINGTON.- Todos tenemos nuestras pequeñas vanidades.

LADY WINDERMERE.- ¿Y por qué cifra usted la suya en eso?

LORD DARLINGTON.- ¡Oh! Hay tanta gente que va por ahí echándoselas de buena, que casi me parece una prueba de modestia echárselas de malo. Además, todo hay que tenerlo en cuenta; si se las echa uno de bueno, el mundo le toma a uno muy en serio, y si se las echa de malo, creen que uno bromea. Tal es la estupefaciente necedad del optimismo.

LADY WINDERMERE. - Entonces, ¿usted no quiere que el mundo le tome en serio, lord Darlington?

LORD DARLINGTON.- ¡No, no, por Dios; el mundo, no! En cambio, sí me gustaría que me tomara usted en serio, lady Windermere; usted más que nadie.

LADY WINDERMERE.- ¿Y por qué yo?

LORD DARLINGTON.- (Después de una ligera vacilación.) Pues, porque creo que podríamos ser grandes amigos. ¿Quiere usted que lo seamos? ¡Quién sabe! Puede que algún día tenga usted necesidad de un verdadero amigo.

LADY WINDERMERE.- ¿Por qué dice usted eso?

LORD DARLINGTON.- ¡Oh! Todos necesitamos a veces de amigos.

LADY WINDERMERE. - Pero me parece, que ya somos excelentes amigos, lord Darlington. Y espero que lo seremos siempre, mientras usted no...

LORD DARLINGTON.- ¿No qué?

LADY WINDERMERE.- No eche a perder nuestra amistad diciéndome tonterías. ¿Qué piensa usted? ¿Que soy una puritana? Pues, sí, señor; algo tengo de puritana. Así me educaron. De lo que me alegro mucho. Mi madre murió cuando yo era niña. Toda mi infancia y toda mi juventud las pasé con mi tía Julia, la hermana mayor de mi madre, como usted sabe. Era muy severa conmigo, es cierto; pero, en cambio, me enseñó una cosa que el mundo empieza a olvidar: la diferencia que hay entre lo que está bien y lo que está mal. Tratándose de cosas morales, ella no transigía nunca. Como yo tampoco transijo.

LORD DARLINGTON.- ¡Por Dios, lady Windermere!

LADY WINDERMERE.- (Reclinándose en el sofá.) Me mira usted como a una mujer de otros tiempos, ¿verdad? Pues, sí, señor, lo soy. Y sentiría muchísimo estar al mismo nivel de un tiempo como éste.

LORD DARLINGTON.- ¿Tan malo lo encuentra usted?

LADY WINDERMERE. - Malísimo. Hoy día, todo el mundo parece considerar la vida como una especulación. ¡Pues no es una especulación! Es un sacramento. Su ideal es el amor. Su purificación, el sacrificio.

LORD DARLINGTON.- (Sonriendo.) ¡Oh, todo menos que le sacrifiquen a uno!

LADY WINDERMERE. - ¡No diga usted eso!

LORD DARLINGTON. - Pues sí que lo digo. Y lo siento. Y sé que tengo razón.

PARKER.- (Entrando.) Señora, esos hombres preguntan si hay que poner las alfombras en la terraza para esta noche.

LADY WINDERMERE.- ¿Qué le parece a usted, lord Darlington, lloverá?

 
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