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A la edad de cuatro años emprendió una reforma capital de la gramática, y atacó, desde luego, los verbos irregulares con un encarnizamiento incomparable.

No decía "hecho" por nada de este mundo, sino "hacido"; el verbo "jugar" en su presente de indicativo, era para él como sigue:

Yo jugo,/vos jugás,/ él juga,/ nosotros jugamos,/ ustedes jugan,/ellos también jugan.

En efecto, ya que el verbo no es "juegar" sino "jugar". Tini tenía razón contra la Academia, que permite una barbaridad tan inútil.

Pasando los días, llegó un cumpleaños de Tini; varias aves fueron muertas y preparadas para la comida; los parientes recibieron su invitación oportuna. El niño anduvo tras de las personas que se ocupaban de los preparativos, pero con cierta indolencia que no le era habitual.

En la mesa estuvo caído, descontento y haciendo esfuerzos el pobrecito, por ser cariñoso con los que lo festejaban. Pidió levantarse antes de los postres y sin atreverse a abandonar la agradable compañía, buscó un término medio entre sus deseos y su malestar, acostándose en un sofá.

La mamá comenzó a inquietarse, aun cuando se explicaba el caimiento del niño por lo agitado del día y por el cansancio consiguiente.

Las visitas se despidieron; Tini puso su mejilla o su boca, según el grado de afección, para que fuera besada, y ganó pronto su camita, en la que se durmió en el acto.

Su sueño no fue tranquilo; la respiración parecía anhelosa; silbaba mucho por la nariz y se daba vuelta con frecuencia. Una mano sana puesta sobre la frente de Tini, habría notado un ligero aumento de calor.

El silencio se había hecho en la casa, pero había un sitio en que comenzaba a levantarse una tormenta: el corazón de la madre. Hubo unos ojos que no se cerraron y un cuerpo estremecido que se revolvía en el lecho sin encontrar reposo.

A eso de las doce de la noche una figura fantástica proyectaba su sombra en las paredes.

La madre se había levantado y se acercaba en puntas de pies a la cama del niño.

Si yo fuera pintor y quisiera pintar un cuadro que representara la fórmula de todas las inquietudes humanas, pintaría una madre en camisa, con una vela en la mano, observando el sueño de su hijo, cuando teme que le sobrevenga alguna enfermedad. ¡Cuánta preocupación diseñarían sus facciones! ¡cuánta zozobra y ternura mostraría su semblante! ¡cuánto temor descontado sobre la previsión de una futura desgracia!

La madre de Tini parecía la imagen del dolor y la ansiedad. Estuvo un rato mirando a su hijo, suspiró profundamente y se retiró con un millar de desdichas engastadas en el alma.

Tini se despertó de repente y quiso quejarse, cuando le sobrevino una tos ronca y repetida.

Cien voces dijeron crup en el oído de la madre, los ecos repitieron crup, las sombras de las cortinas, de las molduras y de los adornos de la habitación, proyectadas por la luz escasa de la lámpara, escribieron epitafios sobre los muros; la palabra crup se difundió por toda la casa, llenó la atmósfera, penetró en los últimos resquicios y heló las entrañas de la pobre madre.

Crup, dijeron los ruidos misteriosos de la noche; crup, decía el viento que soplaba sus lamentos por las rendijas de las puertas; crup, repetían los cascos de los caballos que pasaban de tiempo en tiempo, arrastrando los pesados coches por las calles silenciosas; crup, decían la péndola del reloj y el crujido de los muebles; crup, crup, murmuraba el roer de los ratones tras de los zócalos de las piezas; crup, secreteaban las hojas de los árboles que se mecían en los patios; crup, gritaban las veletas de los edificios vecinos, ¡y hasta las estrellas que chispeaban en los cielos, mandando su luz temblorosa a través de los vidrios, parecían encender sus cirios para velar el cuerpo de un ángel muerto de crup!

Crup, dijeron las aves que pasaban en bandadas y los aleteos de los pájaros en sus jaulas; crup, pronunciaban las olas que chocaban en las costas; crup, vociferaban los golpes en las puertas de los habitantes retardados; crup, roncaban las voces de los ebrios en las calles, y crup, crup, preludíaban los músicos ambulantes que buscaban un pan y un cobre martirizando sus instrumentos en la noche callada.

Cuando todo en la naturaleza hubo dicho crup, la madre de Tini dio un grito estridente, desesperado, y saliendo de su cama se paró rígida en medio de la habitación.

La casa se puso en movimiento, todos sus habitantes se levantaron y corrían desatinados de un lado a otro. Se mandó en busca del médico; éste llegó pronto y observó al niño con profunda atención, con mirada intensa, con imperturbable quietud. La madre buscaba adivinar en el semblante del doctor su pensamiento; pero éste se guardó bien de darle formas por temor de que sus aprensiones fueran traducidas; su fisonomía no dijo nada, su actitud dijo reserva; pero los latidos de su corazón se perturbaron más de un momento en su ritmo vitalicio.

Tini miraba atónito la escena, y con cariño y curiosidad a su amigo el doctor.

Había en la cara del niño algo extraño; su expresión era entre seria y triste; no demostraba dolor, pero alejaba la idea de bienestar; alguna sombra rara, indecisa, alarmante, se paseaba por su rostro pálido.

La noche se pasó en zozobras y cuidados; el niño dormitaba de tiempo en tiempo; el médico observaba los progresos del mal y propinaba él mismo sus inciertos remedios. La tos ronca del pequeño enfermo se repetía con más frecuencia; sus palabras, antes tan graciosas y sonoras, salían oscuras y veladas de su garganta.

 
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