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-Será señalada antes de ocho días al través del cabo Francisco, señor Jeorling, y si así no sucede, es que el capitán Len Guy no existirá, y de no existir éste, será porque la Halbrane se habrá ido a pique entre las Kerguelen y el cabo de Buena Esperanza.

Y después de hacer un expresivo gesto que indicaba que semejante eventualidad estaba fuera de todo lo probable, Fenimore Atkins se separó de mí.

Esperaba yo que las previsiones de mi posadero no tardarían en realizarse. El tiempo se me hacía largo. A creerle, se revelaban ya los síntomas de la buena estación; buena para estos parajes, como se comprende. Aunque el yacimiento de la isla principal esté casi a la misma latitud que el de París en Europa y el de Quebec en Canadá, trátase aquí del hemisferio meridional, y se sabe que, efecto de la órbita elíptica que describe la Tierra, uno de cuyos centros ocupa el Sol, este hemisferio es más frío en invierno que el hemisferio septentrional, y también más cálido que él en verano. Lo cierto es que el período invernal es terrible en las Kerguelen a causa de las tempestades, y que la mar se hiela allí durante varios meses, por más que la temperatura no sea de un extraordinario rigor, siendo la media de dos grados centígrados en el invierno, y de siete en el verano, como en las Falklands o en el cabo Horn. No hay que decir que durante este período, Christmas-Harbour y los otros puertos no abrigan un solo barco. En la época de que hablo, los steamers eran aun raros. Respecto a los veleros, cuidadosos de no dejarse bloquear por los hielos, iban a buscar los puertos de la América del Sur, en la costa occidental de Chile, o los de África, más generalmente Cape-Town, del cabo de Buena Esperanza. Algunas chalupas, las unas presas ya en las aguas solidificadas, las otras arrojadas sobre la arena y hundidas hasta la bola de sus mástiles, era todo lo que ofrecía a mis miradas la superficie de Christmas-Harbour.

A pesar de que las diferencias de temperatura no son considerables en las Kerguelen, el clima es húmedo y frío. Sobre todo en la parte occidental, el grupo recibe frecuentemente el asalto de las borrascas del Norte o del Oeste, mezcladas de granizo y lluvia. Hacia el Este el cielo es más claro, aunque la luz esté siempre algo velada, y por esta parte el límite de las nieves sobre las crestas de las montañas se eleva a 50 toesas sobre el nivel del mar. Después de los dos meses que acababa de pasar en el archipiélago de las Kerguelen, yo no esperaba más que la ocasión de partir de nuevo a bordo de la goleta Halbrane, cuyas cualidades, desde el punto de vista sociable y marino, no dejaba de alabar mi entusiasta posadero.

-¡No encontrará usted barco mejor!- repetíame de continuo. -Ninguno de los capitanes de la marina inglesa puede ser comparado con mi amigo Len Guy, ni por la audacia, ni por el conocimiento de su oficio. Si se mostrase más hablador, más comunicativo, sería perfecto.

Habíame, pues, decidido a aceptar las recomendaciones de Atkins. Así que la goleta anclase en Christmas-Harbour, tomaría mi billete. Después de una escala de seis o siete días, ella se haría de nuevo a la mar con dirección a Tristán de Acunha, donde llevaba cargamento de mineral de estaño y cobre.

Tenía el proyecto de permanecer algunas semanas del buen tiempo en esta última isla. Desde aquí contaba partir para el Connecticut. No me olvidaba, sin embargo, de reservar al azar la parte que en todo proyecto humano le corresponde, pues como ha dicho Edgard Poe, siempre es prudente tener en cuenta lo imprevisto, lo inesperado; y los hechos fortuitos, accidentales, merecen no ser olvidados, y el acaso debe incesantemente ser materia de riguroso cálculo

 
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de Julio Verne

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