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La muchacha, no contenta con ser sufrida y perdonar las injurias, era en extremo amorosa para con todos. A los mismos seres inanimados, o al parecer inanimados, se extendía su caridad. Amaba las flores, los árboles, las estrellas, las nubes y hasta las chinitas del río. A nadie le hacía daño; antes procuraba hacer todo el bien posible. Mas esto no mejoraba, sino empeoraba su 'suerte. No teniendo ya quien le diese qué hilar, para mantenerse, tuvo que ir a trabajar al campo en compañía de su madre, donde, ora cogiendo aceitunas, ora espigando, ora en otras más recias faenas, se tostaba su linda cara con los rayos del sol, se encallecían sus blancas y delicadas manos y se entristecía su alma, oyendo que de continuo la llamaban por mofa la reina.

Un día esta infeliz, que estaba escardando en una haza, sacó de la tierra, al revolverla con el almocafre, una muñequita muy vieja, estropeada, sucia y desnuda; pero, en vez de despreciar a la muñequita y apartarla de sí con asco, la miró con la más tierna compasión, la tomó en sus brazos; la hizo mil cariños y se la llevó a su casa. Allí la lavó y la peinó con el mayor esmero, la cosió o curó las roturas o heridas que tenía en diferentes partes de su pequeño cuerpo y la dejó como nueva. Con los harapos más limpios y vistosos que pudo hallar a mano, le hizo, por último, un vestido, si no elegante, aseado y garbosito.

La muñeca casi estaba bonita con sus recientes adornos y se diría que sonreía agradecida a su señora, la cual seguía queriéndola mucho, abrazándola y hasta acostándola consigo en la misma cama.

Animada la muñeca con los repetidos y extraordinarios favores que le prodigaba su ama, acabó de perder la cortedad, y por las noches, con mucho recato y cuando la viuda estaba durmiendo (porque la viuda dormía en el mismo cuarto que su hija), rompía a hablar y tenía con la muchacha las más agradables e inocentes conversaciones.

La muñeca pedía a veces algo de comer, y la muchacha buscaba para ella lo mejorcito que había en la casa.

Es innegable que todo esto tenía bastante de sobrenatural; mas para la candidez de la chica, única persona que lo sabía, lo natural y lo sobrenatural eran una misma cosa, que no despertaba en su espíritu ni sobresalto ni extrañeza.

Por dicha, la viuda, su madre, que sabía mucho más de las cosas del mundo, se quedó desvelada una noche, oyendo con asombro y ' admiración que hablaba la muñeca y, conjeturando que debía de ser obra del diablo, determinó pegarle fuego en cuanto amaneciese.

La viuda hubiera indudablemente realizado tan cruel proyecto si su hija, con lágrimas y ruegos, no la hubiera disuadido. La muchacha no consiguió, sin embargo, quedarse con la muñeca en casa. La viuda no la había perdonado del todo; sólo había conmutado la pena de muerte, que en un principio impuso, en la de destierro perpetuo.

 
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