La tinta, la discordia
de
Gastón Virkel
Nacido
en Buenos Aires en 1972, Gastón Virkel publicó su primer cuento,
"Un ángel cínico", en la antología Pasajeros
en Arcadia. Treinta y nueve cuentos escritos en el Taller de Corte & Corrección,
libro editado por Marcelo di Marco, y publicado por Editorial de Belgrano en
2000. Gastón ingresó en el tc&c en 1999. Lector apasionado
de Boris Vian, incursiona también en Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares
y Abelardo Castillo. En "La tinta, la discordia", nos muestra cómo
el pasado regresa cuando uno menos se lo espera.
-No,
en serio: me voy a hacer un tatuaje -confesó Mariela.
Las miradas
de sus amigas se petrificaron. Conocían, por un lado, el carácter
arbitrario y poco permisivo de los padres de Mariela. Por el otro, el orgullo
desmedido de su amiga. Todo resultaba previsible desde ahí hasta el enfrentamiento;
más allá, terreno desconocido.
Mariela no
obtuvo de sus amigas las palabras de aliento que había ido a buscar.
Tampoco se sorprendió: siempre las vio temerosas, haciendo lo posible
por vivir un idilio que consistía en repetir la vida de sus padres.
Tocó
el timbre. Una de las enfermeras le abrió la puerta, y la saludó
con una sonrisa que Mariela juzgó exagerada.
Olga ocupaba
siempre la misma silla, en el mismo rincón. El mismo café con
leche a la misma hora, el mismo mechón blanco que tropezaba y caía
hacia la cara. El reflejo del sol, la rajadura en la ventana. Siempre el mismo
saquito beige en invierno y en verano. Siempre.
Quién
les habrá dicho a estos que la vejez se combate con rutinas,
se preguntó Mariela, y deslizó secretamente el Shot con avellanas
en las manos de la vieja.
-¡Abue!
-¿Cómo
andás, querida?
-Bien -contestó,
con un "bien" dubitativo y sobreactuado.
-Vos venís
a contarme algo.
Mariela sonrió:
toda la escena estaba sobreactuada. Las dos se conocían demasiado y comprendían
más allá de las razones.
-Me quiero
hacer un tatuaje.
-...
-Un tatuaje:
un dibujo que se hace con tinta...
-... sé
lo que es un tatuaje. ¿Y por qué un tatuaje?
-Hmm... no
sé... me gusta -respondió Mariela mirando una repisa despoblada.
Olga se incorporó
en la silla, un movimiento ínfimo que la distanció: con la espalda
erguida ya no era la misma.
-Cuando sepas
por qué querés hacerlo, vení a verme.
La abuela
se refugió en su mente y en la ventana. Mariela se levantó, la
peinó con sus dedos y la besó en la frente. De la cocina llegaban
vahos nauseabundos.
Se
abrió la puerta de calle y la luz del día le dolió en los
ojos. Algo desanimada, caminó un par de cuadras. Pidió, como siempre,
un cucurucho de frutilla al agua y chocolate con avellanas. Tomaba el helado
como una nena, sin usar la cucharita de plástico. Pensaba en Olga, en
el desafío.
Mariela hubiera
dado cualquier cosa por saber qué pasaba por la cabeza de esa mujer,
en ese momento. En esos momentos. Porque había tenido varios como ese,
en los que la vieja se ausentaba. Recordaba varias disputas entre su madre y
su abuela: Olga, con más argumentos, decidía refugiarse en su
mente y en la ventana.
A
la mañana siguiente, casi sobre el final del horario de visita, Mariela
irrumpió en el hogar:
-Quiero una
marca en el cuerpo -le dijo a Olga, casi repitiendo de memoria-, una señal
que me recuerde toda la vida qué siento ahora.
-¿Y qué
sentís ahora?
-Siento que
no quiero ser como mamá. Ni como mis amigas, ni como... No quiero que
mi vida pase como si nada... Quiero que sea más espontánea.
El silencio
de Olga angustió a Mariela. Podría haber dicho: "Sí,
abue, quisiera ser como vos. Quisiera acordarme, toda la vida, de estos momentos
en los que amo venir a hablar con vos. Porque admiro cómo luchaste para
formar la familia que tuviste, cómo superaste lo de Auschwitz, el hambre,
la miseria".
Pero no se
atrevió.
-Mamá
nunca hubiera superado lo de la guerra -balbuceó- no tiene agallas más
que para...
-... no sabés
-contestó Olga y su rostro se transformó-. Ella no tuvo que hacerlo,
¿qué querías?
Mariela sabía
que aludir mínimamente a la guerra significaba devolverla a los tiempos
ominosos. Pero, si quería ese tatuaje, debía tener a Olga de su
lado. La necesitaba.
-No, escuchame
-dijo-: quiero una marca en el cuerpo que me recuerde que yo, ahora, no le tengo
miedo a nada; cuando creo que tengo razón, no me importa qué me
dice ni mamá ni nadie. Y me parece que la gente se olvida de eso y agacha
la cabeza ante cualquier cosa... todo por el 0 km, la casita del country, las
vacaciones en Punta y la puta que lo parió.
-Me aburrís
-dijo Olga elevando la voz-. Eso ya lo escuché hace mil años.
Y no necesitás ningún tatuaje para recordarlo.
-No me entendés.
-No, no te
entiendo.
Se miraron
en silencio. La chica apenas pudo ignorar el frenético acceso de tos
de uno de los viejos. Olga, inmutable, cambió bruscamente el tono la
conversación. Tocaron un par de temas sin importancia hasta que una enfermera
las interrumpió.
-Estamos
por servir el almuerzo. ¿Te acompaño hasta la puerta? -dijo la empleada
con el tono más hipócrita que encontró.
-Bueno. -Olga
respiró aliviada, y mirando a su nieta continuó-: Quiero que sigas
pensando, y cuando tengas algo mejor que decirme, vuelvas.
Se levantó
con mucha dificultad. Su cara, sin embargo, no mostraba ningún signo
del esfuerzo. Mariela la rodeó con sus brazos y la besó en la
mejilla.
La enfermera
caminó junto a la chica hasta la entrada. No se hablaron. Desde el umbral,
con los portones casi cerrados, como protegiéndose, la empleada dijo:
-De todas
maneras, le hace muy bien que vengas. Más con ese problemita que viene
sintiendo...
Mariela contuvo
la respiración.
-Pero qué
es lo que tiene, ¿todavía no se sabe?
-No, bueno,
ella empezó con los dolores en el costado y en los primeros estudios
que le hicieron no encontraron nada. Como seguía quejándose cada
vez más y, después, esa noche que llamaron a la urgencia, ¿vistes?
Bueno, hubo que hacerle otros estudios.
-¿Y cuándo
se va a saber algo?
-En estos
días tiene que venir el doctor; hasta entonces...
El
estallido de la puerta de calle presagiaba la pelea.
-¡¡¡¡Mamaaaaaaá!!!!
-Pero...
¿qué pasa? ¿Por qué gritás de esa manera, dulce?
-¡¡Qué
tiene la abuela, y por qué mierda nunca me decís cuando tiene
algo!!
-No quisimos
preocuparte, vos estabas con los exámenes y...
-¡Dejá
de tratarme como a una boluda, mamá! Ya no soy una pendeja, y si a la
abuela le pasa algo...
-Ya sé
que no sos una nena, pero hay cosas que no podés entender.
-¡Cómo
querés que las entienda! Si no me entero, nunca las voy a entender.
-Noooo, mi
chiquita, no es eso.
Mi chiquita.
Otra vez. Mariela se convenció: debía ser inflexible para demostrarle
a su madre que ya no era una "chiquita". Mirándola a los ojos, le dijo
con tono burlón:
-Sabés
qué? Yo te voy a mostrar que no soy tu "chiquita" y que hago
lo que se me antoja. Por ejemplo, hacerme un tatuaje. Pegó media vuelta
y salió sin escuchar las estupideces de su madre.
Cuando
vio la ambulancia estacionada frente al geriátrico, hechó a correr.
En el umbral se cruzó con dos tipos de blanco que tenían aspecto
de camilleros. Empezó a adivinar el desenlace, supo que Olga no estaba
en el lugar de costumbre. Frenéticamente corrió por los pasillos
angostos y rancios.
Una enfermera
ordenaba el cuarto. Se abrazaron. La expresión impersonal de la abuela
y el saquito beige, inusualmente colgado en el perchero, confirmaban su ausencia.
Mariela nunca había visto esos brazos blancos y arrugados. Nunca había
visto ese antebrazo.
-Tengo que
llamar por teléfono a tu mamá, ¿sí?
Mariela asintió
mecánicamente.
4878771
-¡Cómo
pudiste hacerme eso! -gritaba la madre sin soltarle el brazo-. ¿Vos sabés
la condena que es ese número? ¿No entendés que no te va a dejar
nunca?
Mariela decidió
refugiarse en su mente y en la ventana.
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