La primera edición de La Filosofía del Tocador se
conoció en 1795, en momentos en que el Directorio buscaba poner fin a los
excesos de la revolución, que seguía enviando a sus propios líderes a la
guillotina, amenazando con devorarse a sí misma.
La obra circuló sin consecuencias para el Marqués hasta 1801,
cuando Napoleón Bonaparte lo consideró perjudicial para los ciudadanos y ordenó
la detención de Sade, encerrándolo en una casa de salud con características de
cárcel -el manicomio-prisión de Charenton-, cuando se calificó de infame
a su novela Justine. A partir de ese momento hasta su muerte en 1814, el
Marqués no pudo casi disfrutar de libertad. Quizá debió haber utilizado sus
orígenes aristocráticos y haber aprovechado el cambio político, pero su rebeldía
e inconformismo le impedían evitar manifestarse como un verdadero republicano,
marcado como estaba por la educación que había recibido de su tío, el Abate de
Sade, un erudito libertino influenciado por la obra de Voltaite.
Un estudio preliminar de la obra que nos ocupa, revela que el
tocador no es más que una argucia ideal, ya que frente a ese tocador
transformado en símbolo el hombre -y especialmente la mujer- se despojan de
prejuicios, a fin de que las intimidades (las del propio Marqués, puestas en
boca de los personajes) fluyan sin obstáculos. En esta Filosofía... el
Divino Marqués propone la formación de estados ideales, virtualmente utópicos,
donde la presencia estatal no se revele como opresiva. En tal sentido, Sade
escribe para convencer a quienes detentan el poder que se torna imperiosa la
reforma del Estado que puede adjetivarse como policial, y pretende mostrarlo
estableciendo una relación entre la pasión sexual y la forma de gobierno, a
partir de la idea de que a partir del momento en que los libertinos consiguieron
llegar a ser jefes del gobierno, empezaron a gozar de un poder ilimitado y, como
consecuencia, de una absoluta impunidad. Y ante este hecho, ¿qué valor tiene la
ley ante el poder de las pasiones humanas y cuál es la reacción del libertino
ante las prohibiciones de la ley?
En síntesis, Sade cuestiona la licitud y la legitimidad
de la justicia de los hombres, y reflexiona acerca de la educación, la ley y el
mismísimo contrato social -en las menciones que hace a la obra de Rousseau-,
poniendo estas reflexiones en boca de jueces, bandidos, revolucionarios,
aristócratas y -el especial blanco de sus ataques- de clérigos y
religiosos.
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