https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Tini" de Eduardo Wilde | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Domingo 05 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas (1)  2  3  4 
 

 

TINI

-¿Cómo va la enferma? -dijo el médico, entrando a una pieza en la que varias personas hablaban en voz baja.

-No está bien - contestó una de ellas.

-Perfectamente - repuso el doctor y penetró con precaución en la habitación contigua, que era un espacioso dormitorio, bien amueblado y dotado de cortinas dobles, alfombras blandas y lujosos adornos.

Una lámpara opaca alumbraba escasamente con su luz indecisa el aposento, cuya atmósfera denunciaba la presencia de perfumes y la permanencia de personas cuidadas; había olor a recinto habitado por dama distinguida.

La enferma se hallaba acostada de espaldas, en un lecho limpio y acomodado.

Su semblante estaba pálido, sus labios algo descoloridos. Una cofia blanca aprisionaba sus cabellos, una bata bordada cubría su pecho; sus manos finas, blancas y suaves salían de entre un capullo de encajes que parecían un montón de espuma. Había en su persona un poco de esa coquetería permitida que tienen todas las mujeres de buena cuna y que ostentan aun cuando estén enfermas.

El doctor, mirando fijamente a la dama y tomándole la mano, medio en uso de su profesión, medio en forma de saludo, preguntó:

-¿Cómo ha pasado el día la señora?

-Mal, doctor, he sufrido mucho; me duele todo; deme algo que me calme: ¡qué falta de compasión venir a esta hora!

-Señora, la mejor visita se deja para el último, como los postres. Es necesario buscar la estética aun en el desempeño de los más dolorosos deberes.

-Usted tiene siempre disculpas.

-Y usted jamás tiene necesidad de ellas.

-Cúreme y le perdonaré su indolencia.

-Usted será atendida con toda la prolijidad de que yo soy capaz.

Enseguida hizo un interrogatorio detenido y explicó sus prescripciones.

Junto a la cama de la enferma, recientemente madre, había una cuna y en ella dormía sus primeros días un niño robusto, envuelto en mil bordados.

El médico se acercó a él y después de observarlo un rato, dijo:

-¡Será un famoso guardia nacional si la naturaleza lo permite!

-Si Dios quiere, diga, doctor - objetó la dama.

-Bien, si Dios quiere; en materia de creencias, tengo las de mis enfermas distinguidas.

El doctor se retiró, y la madre del niño se quedó reflexionando en el correctivo puesto por su médico al augurio relativo al recién nacido.

La enferma se restableció pronto, y el niño durmió mucho, lloró poco y se alimentó a satisfacción en los días y los meses siguientes.

La madre lo cuidaba con esmero no se separaba de él durante el día y todas las noches se sentaba en la cama para mirarlo largo tiempo.

Cuando el niño suspiraba, la madre se sentía agitada, y cada tos y cada estremecimiento del pequeñuelo querido, producía una alarma, pues el augurio del doctor con su correctivo, trotaba con singular insistencia, durante las largas horas de vigilia, en la cabeza de la madre.

Mientras tanto, el objeto de tales inquietudes continuaba durmiendo sus días enteros y. sus noches completas. Cuando no dormía, tomaba el pecho. ¡ Jamás se vio niño más dedicado a esas dos ocupaciones!

A los diez meses dijo: mamá; la casa se puso en revolución. Después dijo: papá; un criado corrió a buscar al aludido a su escritorio para anunciarle la gracia. Más tarde se paró y dio algunos pasos, estirando los brazos para agarrar las manos que le ofrecían.

En estos primeros ensayos recibió el nombre de Tini.

¿Qué quería decir Tini? Nadie lo supo; pero el apodo se quedó como nombre.

Tini comenzó a caminar y a conversar.

Se dio muchos golpes y dijo mil barbaridades graciosísimas y comprometedoras. Por ejemplo: llamaba papá a todo el que veía con barba larga y su verdadero padre sólo obtuvo el título legítimo a través de un montón de juguetes y caramelos regalados.

Tini era muy lindo; lo pedían del barrio para mirarlo y más de una vez, en sus excursiones. hizo de las suyas.

Un día Tini estuvo de mal humor; su mamá dio por causa que tenía la boca caliente y que apretaba las encías.

Con este motivo los dedos de todos los habitantes masculinos y femeninos de la casa, entraron en la boca de Tini, hasta que el índice del papá, suelo del tabaco, descubrió un conato de dentadura.

Tini echó un diente, no sin un gran conflicto en el barrio y serias consultas al médico.

Escenas análogas se repitieron durante algún tiempo, y Tini presentó por fin una dentadura de ratón, chiquita, cortante, graciosa, que se mostraba sobre todo seductora en las sonrisas de su boca rosada.

Inútil es añadir que de allí en adelante Tini obtuvo el privilegio de morder los dedos que se aventuraban en exploraciones peligrosas, y de desblocar todos los pedazos de carne que le caían a la mano. Solía también mascar las cabezas de los soldados de palo que le compraban; tales atentados motivaban invariablemente una visita médica.

El adorado y consentido Tini era sublime de impertinente, y sus audacias increíbles para decir las cosas más crudas con el mayor aplomo, sólo tenían su explicación en su inocencia singular respecto a las conveniencias sociales.

Verdad es que cuando comenzó a hablar con metáforas inteligibles, y a encontrar símiles, sólo tenía dos años y medio.

A pesar de sus franquezas y paradojas, Tini gozaba del cariño de todos, y niños, mujeres, viejos y jóvenes se disputaban su amistad y sus caricias.

Su cara y su cuerpo eran una perfección; su carne era la más fresca de la naturaleza, su piel la más blanca, sus muslos duros y llenos, sus manos blandas, chicas, finas, con los dedos doblados hacia el dorso.

¡Qué cabeza! ¡qué pelo! ¡qué ojos y qué boca! ¡Si daba ganas de comérselo a besos!, como decían las muchachas más expresivas del barrio.

La boca, principalmente, era una delicia; tenía gusto a leche con azúcar y causaba el tormento de su dueño quien, tras de cada beso, se limpiaba los labios con el brazo en prueba de disgusto.

Toda su ropa se parecía a él y lo recordaba: sus botines sobre todo, eran adorables.; gastados en el talón, algo torcidos y rotos a la altura del dedo grande, eran toda una historia de las mil ambulancias infantiles de su dueño.

Al mirarlos tirados en cualquier parte, la imaginación los rellenaba con el piececito del niño, y uno veía asomar su dedito rosado por el agujero de la punta.

Tini progresaba diariamente y su inteligencia tomaba formas caprichosas y trascendentales.

 
Páginas (1)  2  3  4 
 
 
Consiga Tini de Eduardo Wilde en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Tini de Eduardo Wilde   Tini
de Eduardo Wilde

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com