Introducción
La historia de la humanidad, se ha dicho, es una larga cadena
de conflictos. Para constatarlo basta abrir cualquier libro de historia antigua
o contemporánea, en donde encontraremos abundante información acerca de todo
tipo de confrontaciones por los motivos más inverosímiles; en la vida diaria la
prensa escrita, la radio y la televisión nos presentan un mundo sumergido en las
más sofisticadas y dramáticas formas de violencia a todo nivel, con o sin
razón.
El continente americano se ha visto asediado a partir de su
descubrimiento por un perpetuo esquema de violencia (y no precisamente por
razones genéticas de los aborígenes). Primero a manos de los conquistadores y
sus descendientes, luego de los mismos mestizos al servicio de aquellos,
situación que adquirió mayor intensidad con la entrada en escena de la política
norteamericana y su doctrina del "destino manifiesto", traducida posteriormente
en la doctrina de la seguridad nacional.
En el caso particular de El Salvador, la confrontación adquirió
mayor énfasis a partir de la década de los veinte, con el claro propósito de
silenciar el clamor de los campesinos que aspiraban por un cambio de las
paupérrimas condiciones en que la oligarquía cafetalera (hoy financiera y
comercial) les tenía sumergidos.
Por efecto de lo que podríamos formular como una ley
físico-social: "toda persona o conglomerado sometido a excesiva presión,
estalla", en Enero de 1932 se produjo la rebelión de los campesinos indígenas en
el occidente del país, que fue repelida salvajemente por el tirano de turno
mediante el genocidio (etnocidio según algunos analistas), de hasta 40,000
salvadoreños, bajo el pretexto de "contener la conspiración del comunismo
internacional", dando la pauta a los sucesivos regímenes, desde el Pro Patria,
el PRUD, el PCN y ultimamente de ARENA, para implantar una férrea dictadura que
ha reprimido y coartado a la población, toda posibilidad de cambio al esquema de
explotación y miseria imperante hasta la fecha.
La acumulación de tensiones generadas por el esquema de
opresión, la persecución y la política de exterminio de posibles opositores, la
carencia de oportunidades de todo tipo para la población y el cierre de los
canales democráticos convencionales alcanzaron su máxima expresión con los
fraudes electorales de 1972 y 1977, culminando con la brutal y sangrienta
represión perpetrada por la dictadura militar pecenista para anular el triunfo
legítimamente obtenido por el pueblo a través de la Unión Nacional Opositora. A
ello vino a sumarse la irrupción de los escuadrones de la muerte, patrocinados
por la ultra derecha, posteriormente aglutinada en el partido ARENA, siendo el
detonante que hizo explotar en la década de los ochenta una nueva insurrección,
pero esta vez ya no sólo campesina, sino además, armada.
Tras doce años de enfrentamiento, de indiscriminada y feroz
carnicería, principalmente de jóvenes, con un saldo de más de setenta mil
muertos, varios miles de desaparecidos y otros tantos mutilados, concluyó
oficialmente el conflicto en 1992, mediante la suscripción de los Acuerdos de
Chapultepec, que dieron paso al proceso de reconciliación, el perdón y olvido a
los principales responsables de los "crímenes de guerra", calificados por el
derecho internacional como de lesa humanidad.