CAPÍTULO I
¿Qué daño he hecho para que me abrume tan cruel aflicción? Ya
no tengo hijos y ni aun aquél que me pertenece. La maldición, que me persigue,
pesa sobre su cabeza, si ella es la que te ha cambiado de esa suerte. ¿Viajar?
Algún día mandaré a viajar mi caballo.
BEAUMONT y FLETCHER, Mr.
Thomas.
Me habéis rogado, mi querido Tresham, que consagre una parte de los ocios con
que la Providencia ha bendecido el fin de mi carrera, a consignar, por escrito,
las vicisitudes y pruebas que señalaron el principio de ella.
El recuerdo de esas aventuras, como os place llamarlas, ha dejado, en verdad,
en mí una huella viva y duradera de goce y de pesar, a los que va unido un
profundo sentimiento de gratitud y de devoción hacia el Soberano Árbitro de las
cosas humanas que ha guiado mis pasos en medio de un dédalo de obstáculos y de
peligros. ¡Este contraste infunde nuevo encanto a la dichosa paz de mis
postreros días!
Debo, asimismo, deferir a una opinión que a menudo habéis manifestado. Los
sucesos en que me he visto envuelto en medio de un pueblo cuyo proceder y cuyas
costumbres son aún tan particulares, presentan un lado pintoresco y atractivo
para quienes gustan de oír a un anciano hablar de los pasados tiempos.
No olvidéis, empero, que ciertas narraciones referidas entre amigos, pierden
la mitad de su valor cuando se confían al papel, y que las historias en que el
oído ha tomado interés, no bien salen de labios del mismo que ha desempeñado su
papel en ellas, parecen menos dignas de atención leídas en el silencio del
gabinete. Y ya que una robusta ancianidad y una salud floreciente os prometen,
con toda probabilidad, existencia más dilatada que la mía, encerrad estas
páginas en algún secreto cajón de vuestro escritorio hasta tanto que nos hayamos
separado uno de otro por un accidente que puede sobrevenir a cualquiera hora y
que sobrevendrá seguramente dentro de pocos años. Cuando nos hayamos separado en
este mundo, para encontrarnos (según lo espero) en otro mundo mejor, estoy
seguro de que apreciaréis, más que los méritos, el recuerdo del amigo que ya no
existirá, y entonces hallaréis en las circunstancias, cuyo cuadro voy a trazar,
asunto para reflexiones acaso melancólicas, pero no faltas de atractivo.