Saludó con una profunda inclinación para expresar su respetuosa gratitud,
pues en aquella época en que la distancia entre inferiores y superiores se
mantenía con un rigor desconocido por la nuestra, una invitación como la
indicada era un señalado favor.
Aquella comida no se borrará, durante largo tiempo, de mi memoria.
Bajo la influencia de la inquietud que me oprimía y de un concentrado enojo,
era incapaz de tomar en la conversación la parte activa que deseaba mi padre, y
me ocurrió varias veces que respondí bastante mal a las preguntas con que me
abrumaba. Fluctuando entre su respeto al jefe de la casa y su cariño al muchacho
que, en otro tiempo, había jugueteado sobre sus rodillas, Owen se esforzaba con
el celo tímido del aliado de una nación invadida, en explicar, a cada uno de mis
errores, lo que había querido decir, cubriendo mi retirada. Mas semejantes
maniobras de salvación, lejos de socorrerme, no hicieron sino aumentar el mal
humor de mi padre, quien descargó parte del mismo sobre mi oficioso
defensor.
Durante mi estancia en la casa Dubourg, mi conducta no se había parecido, en
verdad, a la de
Aquel escribientillo que a su padre
con sus necias locuras desespera,
pues era vez de copiar un inventario
sólo versos le inspira su mollera.
Pero, hablando francamente, sólo había trabajado lo preciso para conseguir
buenos informes del francés, antiguo corresponsal de la casa, encargado de
iniciarme en los arcanos del comercio. En mi empleo, me había dedicado,
principalmente, al estudio de las letras y a los ejercicios corporales. Este
doble género de aptitudes no era antipático a mi padre, ni mucho menos, pues
tenía demasiado buen sentido para desconocer que constituyen uno de los más
nobles ornamentos del hombre, y estaba persuadido de que añadirían realce y
dignidad a la carrera que yo debía seguir. Su ambición rayaba más alto todavía:
no me destinaba a sucederle sólo en sus bienes sino también en aquel espíritu de
vastas combinaciones que permiten extender y perpetuar un pingüe patrimonio.
Amaba su estado, y éste era el motivo que ponía por encima de todo para
obligarme a adoptarlo, sin dejar de tener otras razones cuyo secreto no averigüé
hasta más adelante. Tan entusiasta como hábil y audaz en sus proyectos, cada
empresa coronada por el éxito le servía de escalón para elevarse a nuevas
especulaciones cuyos medios suministraba ella misma. Caminar, como conquistador
insaciable, de victoria en victoria, sin detenerse a asegurar el fruto de sus
triunfos, y mucho menos a disfrutarlos: tal parecía su destino. Acostumbrado a
ver oscilar su fortuna toda en la balanza del azar; fértil en recursos para
hacerla inclinarse a su favor, nunca se sentía tan bien, ni desplegaba mayor
decisión y energía que cuando disputaba su fortuna a las conmovedoras
vicisitudes del acaso. Se semejaba, en ello, al marinero que menosprecia sin
cesar las olas y al enemigo, y cuya confianza aumenta en el momento del combate
o de la tempestad.