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-¿La señorita Victorina ha enviado mi vestido?

-Aun no, acaba de mandar decir que la señora duquesa no podrá tenerlo hasta dentro de nueve horas.

-Es demasiado tarde; he prometido estar a las ocho en punto en casa de la señora D?Herbas y no quiere que se me espere para la firma del contrato del casamiento de su hija... ¿Y bien qué es lo que te hace sonreír?

-¡Oh! nada señora esas cosas no nos conciernen.

-Pero te alegran al menos, puesto que ríes quiero saber...

-La señora duquesa o sabrá pronto mas positivamente; yo no he oído hablar del asunto sino al cazador del señor marqués D'Herbas que sale de aquí.

-¿Y qué te ha dicho?

-Que el casamiento de la señorita Leontina estaba roto y que no se recibiría a nadie en su casa.

-Eso es un cuento; yo estuve ayer presente cuando recibió el ajuar.

-Si debemos creer a Etienne, ha sido devuelto esta mañana al señor de Marigny después de una gran escena pasada entre el marqués D'Herbas y su hija. No sé nada más, pero pienso que esto cambiará algo las órdenes que la señora me había dado para su toilette.

-Ciertamente, eso cambia completamente mis proyectos. Pero no me puedo persuadir de que después de tales pasos, de palabras tan positivas se llegue a un escándalo semejante. No, hay algún error y quiero aclararlo. Yo había impedido la entrada esta mañana al señor de Sétiral, es preciso que se le reciba; gracias a las treinta visitas que él hace por día sabe todo lo que ocurre en París y esta circunstancia me será, al fin, una vez útil.

A estas palabras la señorita Rosalía salió dejando a su ama entregada a todas las suposiciones que su noticia había hecho nacer.

-¡El casamiento roto! -repetía sin cesar la duquesa de Lisieux; -roto en el momento de la celebración. Es necesario un motivo muy grave. ¿El señor de Marigny habrá tenido deudas ocultas? ¿Se habrá indispuesto a propósito del contrato con su futuro suegro? Alguna de esas cartas infames cuyos autores parecen multiplicarse habrá llevado la turbación a esa familia.

La imaginación de la duquesa se perdía en conjeturas cuando se le anunció al mariscal de Lovano.

Apenas se hubo informado de la salud del pobre gotoso, le habló de lo que acababa de oír. El mariscal, cuyos sufrimientos le retenían en casa desde hacía muchos días, no había visto a nadie, que pudiese destruir o confirmar el rumor de esta ruptura pero no pareció sorprendido.

-¡Cómo! -dijo la duquesa de Lisieux, -a usted, que conoce tan bien los intereses que afectan al honor, ¿le parece muy sencillo que un hombre juegue de este modo con una familia entera rompiendo sin motivo el compromiso más sagrado?

-No, por cierto, no es eso lo que encuentro muy sencillo, y si cada cual pensase como yo respecto de esas gentilezas, no se repetirían tan frecuentemente. Considero, al señor de Marigny incapaz de esa falta y atribuyo este gran acontecimiento a una causa demasiado ligera.

 
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