Prólogo
El amanecer del Siglo XXI trajo el imaginario del miedo a la subjetividad
colectiva como espejo de un mundo exterior conflictivo, riesgoso, incierto y
cargado de pesimismo, cuya presencia de inseguridad perpetuaría en la
imaginación de los ciudadanos, inmovilizándoles y además desnudar su carencia de
recursos.
Muchas interrogantes fueron planteadas al inicio de este fenómeno: ¿de dónde
deviene el miedo?, ¿en dónde aparece y quiénes lo provocan?, ¿es parte de
nuestra sociedad o de una instancia desconocida?, ¿por qué nos priva de la
libertad y ejercicio pleno de nuestra voluntad para desplazarnos por donde
queramos sin tabicamiento alguno?
No hubo respuestas contundentes, por el contrario aparecieron más preguntas
orientadas hacia la complejidad del miedo y en algunas de las veces
confundiéndolo con el temor, terror, inseguridad, angustia o alarma, cuando cada
uno de estos conceptos guarda un argumento para definir y diferenciar sus
características, que si bien se encuentran y conectan en una vida cargada de
miedos, según los especialistas del tema también son distintos los niveles de
riesgo en el individuo.
El miedo en la sociedad es inconmensurable por sus distintas manifestaciones
en toda la capilaridad del cuerpo social. Existen los miedos a ser pobre, a
quedar excluido, perder la vida, llegar a desemplearse o estar enfermo por
epidemias emergentes, quizás a no contar con su familia o la desaparición de sus
padres, en fin hay diversos miedos pero siempre existe una fuente de miedo
porque no existe el miedo a lo desconocido sino al ente, sujeto o factor que lo
determina.
En la historia inicialmente el miedo se asoció de manera natural con todo
aquello desconocido y provocador de la duda e incertidumbre por su carácter
imprevisible, turbulento, alterador de capacidad cognitiva y paralizante de toda
acción social. También acercaba al hombre a su fin: la muerte, de ahí que el
cúmulo de emociones desatado por la proximidad del miedo alarmaba todos los
dispositivos de defensa del organismo humano y orillaba al sujeto cargado de
miedo a huir, alejarse del lugar en donde emanaba la sensación de riesgo y
ponerse a salvo pero en silencio, porque el terrorífico miedo enmudece a las
víctimas.