Prólogo
A Benicio Luna lo conocí hace unos años, cuando despuntaba el Siglo XXI,
una tarde cuando terminábamos de ensayar una zamba llamada Espejos de Tinta, en
una época se nos dio por cantar. El autor -para quienes lo conocemos desde hace
tiempo es el Negro Adi- me comentó sobre este personaje. Al tiempo supe que se
había transformado en un cuento, y unos años después lo veo, más maduro y
definido, en esta novela corta o cuento largo, según el gusto del
lector.
En esta obra el autor muestra su preocupación por rescatar costumbres,
geografías, expresiones idiomáticas ancestrales como el quechua y hasta enseres
de la vida cotidiana de los pueblos de Santiago del Estero.
Es en ese contexto que hace transitar a Benicio al comienzo de esta
historia por lugares agrestes, solitarios y hasta salvajes.
Los mismos que alimentan leyendas para que los chicos no abandonen la
hora de la siesta; un ritual pueblerino que aún se manifiesta vivo en las
provincias.
Minucioso, detallista y sumamente descriptivo el autor es un agudo
observador de los lugares donde Benicio, con cierto grado de independencia para
un personaje, transita buena parte de su vida.
La añoranza del autor por su origen, su propia historia personal, oficia
de motor para esta obra, en la que su impronta personal -inevitable- está
íntimamente ligada a la vida de Benicio. No es extraño que los personajes cobren
vida propia, pero esto sucede sólo cuando el autor logra expresarse desde lo más
profundo de su alma.
Es el caso del autor quien no pudo o no quiso sustraerse a su propia
historia, a sus experiencias, a su vida marcada por el asombro, la incertidumbre
y el dolor que causa la transformación en alguien no imaginado, pero aceptado
con el paso de los años. Y con ello, todas sus consecuencias incluidas las
ausencias y las presencias.
Este es, quizás el derrotero interior del personaje. Un primigenio camino
que anduvo de la mano del autor, para luego seguirlo solo, para exponerse al
descubrimiento de otros rumbos que aportarán indicios y
certezas.