Vanka plegó en cuatro dobleces la hoja de papel y la
metió en un sobre que había comprado el día anterior.
Luego, meditó un poco y escribió en el sobre la siguiente
dirección:
«En la aldea, a mi abuelo.»
Tras una nueva meditación, añadió:
«Constantino Makarich.»
Congratulándose de haber escrito la carta sin que nadie
se lo estorbase se puso la gorra, y, sin otro abrigo, corrió a la
calle.
El dependiente de la carnicería, a quien aquella tarde
le había preguntado, le había dicho que las cartas debían
echarse a los buzones, de donde las recogían para llevarlas en
troika a través del mundo entero.
Vanka echó su preciosa epístola en el
buzón más próximo...
Una hora después dormía, mecido por dulces
esperanzas.
Vio en sueños la cálida estufa aldeana. Sentado
en ella, su abuelo les leía a las cocineras la carta de Vanka. El perro
Serpiente paseábase en torno de la estufa y meneaba el
rabo...