«Ayer me pegaron. El maestro me cogió por los
pelos y me dio unos cuantos correazos por haberme dormido arrullando a su nene.
El otro día la maestra me mandó destripar una sardina, y yo, en
vez de empezar por la cabeza, empecé por la cola; entonces la maestra
cogió la sardina y me dio en la cara con ella. Los otros aprendices, como
son mayores que yo, me mortifican, me mandan por vodka a la taberna y
me hacen robarle pepinos a la maestra, que, cuando se entera, me sacude el
polvo. Casi siempre tengo hambre. Por la mañana me dan un mendrugo de
pan; para comer, unas gachas de alforfón; para cenar, otro mendrugo de
pan. Nunca me dan otra cosa, ni siquiera una taza de té. Duermo en el
portal y paso mucho frío; además, tengo que arrullar al nene, que
no me deja dormir con sus gritos... Abuelito: sé bueno, sácame de
aquí, que no puedo soportar esta vida. Te saludo con mucho respeto y te
prometo pedirle siempre a Dios por ti. Si no me sacas de aquí me
moriré.»
Vanka hizo un puchero, se frotó los ojos con el
puño y no pudo reprimir un sollozo.
«Te seré todo lo útil que pueda
-continuó momentos después-. Rogaré por ti, y si no
estás contento conmigo puedes pegarme todo lo que quieras. Buscaré
trabajo, guardaré el rebaño. Abuelito: te ruego que me saques de
aquí si no quieres que me muera. Yo escaparía y me iría a
la aldea contigo; pero no tengo botas, y hace demasiado frío para ir
descalzo. Cuando sea mayor te mantendré con mi trabajo y no
permitiré que nadie te ofenda. Y cuando te mueras, le rogaré a
Dios por el descanso de tu alma, como le ruego ahora por el alma de mi
madre.