-¿Quiere usted un polvito? -es preguntaría,
acercándoles la tabaquera a la nariz.
Las mujeres estornudarían. El viejo,
regocijadísimo, prorrumpiría en carcajadas y se apretaría
con ambas manos los ijares.
Luego les ofrecería un polvito a los perros. El
Canelo estornudaría, sacudiría la cabeza, y, con el gesto
huraño de un señor ofendido en su dignidad, se marcharía.
El Serpiente, hipócrita, ocultando siempre sus
verdaderos sentimientos, no estornudaría y menearía el rabo.
El tiempo sería soberbio. Habría una gran calma
en la atmósfera, límpida y fresca. A pesar de la obscuridad de la
noche, se vería toda la aldea con sus tejados blancos, el humo de las
chimeneas, los árboles plateados por la escarcha, los montones de nieve.
En el cielo, miles de estrellas parecerían hacerle alegres guiños
a la Tierra. La Vía Láctea se distinguiría muy bien, como
si, con motivo de la fiesta, la hubieran lavado y frotado con nieve...
Vanka, imaginándose todo esto, suspiraba.
Tomó de nuevo la pluma y continuó
escribiendo: