Siendo pequeño y durante años, mientras vivió con su familia,
Jesús debió cumplir con lo que se le ordenaba en la Misná:
Pregunta el hijo al padre, y si el hijo no tiene todavía
conocimiento, el padre lo instruye: ¿en qué se diferencia esta noche de todas
las demás noches? En que todas las noches podemos comer pan fermentado y pan
ácimo; en esta noche, en cambio, ha de ser todo ácimo; en que todas las noches
podemos comer todo tipo de verduras; mientras que en esta noche comemos yerbas
amargas; en que todas las noches podemos comer carne asada, hervida o cocida,
mientras que en esta noche sólo asada; en que todas las demás noches mojamos una
sola vez, mientras que en esta noche dos veces. El padre lo instruye según la
capacidad del hijo.
Conmueve imaginar al pequeño Jesús, antes de empezar la cena,
preguntando en su casa en la noche de Pascua: -¿En qué se diferencia esta noche
de todas las demás noches?
Cuando era un grupo de amigos quienes celebraban juntos la
Pascua, alguno hacía la pregunta y otro respondía lo señalado. La Misná
explicaba el significado de los símbolos y al llegar a las yerbas amargas decía:
«Yerbas amargas, porque los egipcios amargaron la vida de nuestros padres en
Egipto». Jesús va a sentir pronto la amargura de la pasión, la angustia
de Getsemaní, el dolor físico y moral por ser fiel al Padre hasta lo último. Las
yerbas amargas eran símbolo de una amargura del pasado. Jesús beberá su cáliz
amargo hasta el extremo.
Consciente Jesús de que había llegado su hora
Jesús no va a la muerte empujado por la coyuntura, va a dar su
vida de un modo voluntario, libre y reflexivamente. En los sinópticos se
describe la Eucaristía en que Jesús se entrega. Después Jesús aparece siempre
pasivo, recibiendo. En Jn no hay eucaristía y Jesús en la Pasión aparece activo,
triunfador, entregándose. La Pasión en Juan es una Eucaristía continua, una
entrega constante.
Su hora, la de pasar de este mundo al Padre
En otros momentos, algunos difíciles, Jn ha dicho que no había
llegado su hora: «Nadie le puso la mano encima porque todavía no había
llegado su hora» (Jn 7,30). «Nadie le detuvo porque aún no había llegado
su hora» (Jn 8,20); «¿Qué quieres de mí, mujer? Aún no ha llegado mi
hora» (Jn 2,5). Pero ahora sí ha llegado su hora. Y Jesús lo sabe.
Él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo
Jesús fue consciente siempre de su pertenencia: antes tenía
«los suyos», Israel. Pero «vino a los suyos y los suyos no le recibieron»
(Jn 1,11). Ahora tiene otros suyos: los que a través de la fe han creído en
él.