V
En
el cráter, la máquina transportadora cesó de repente de emitir gases, y la
nodriza madre se dirigió a toda velocidad hacia la ciudad más próxima; en estos
momentos en que el reloj del campanario del pueblo daba las 10 de la mañana, el
sol ya estaba casi en su apogeo y empezaba a calentar todo lo que sus rayos
acariciaban.
Entretanto,
David, con algo de luz de día, seguía caminando unas veces y otras corriendo en
dirección donde había visto caer aquella bola de fuego, mirando de no tropezar
con aquella especie de escarabajos que casi acaban con él.
También
tenía que hacer malabarismos para esquivar unas pequeñas formas gaseosas
transparentes que, además de ser portadoras de esas cucarachas, desintegraban
cuanto se les ponía por delante. Estaba fuera de sí, corría por instinto y con
el único objeto de poner la máxima distancia entre él y las
cucarachas.
En la ciudad todo era caos y destrucción, la gran
nodriza gaseosa hacía uso de todo su poder de aniquilación, sólo unas cuantas
gentes que lograron huir a tiempo dirigiéndose a unas montañas próximas lograron
sobrevivir.
Entre
toda esa gente, había algunos científicos que habían llegado al saber del
aterrizaje del meteorito y su primera reacción fue organizar dos equipos, uno
que investigase la forma de destruir al DEPREDADOR -que así optaron por
llamarle- y otro que se ocupara de instalar adecuadamente -dentro de lo posible-
a toda la gente que había logrado huir.