David
estaba exhausto, tenía los pies cubiertos de una masa gelatinosa sanguinolenta
producida por pisar a cada paso a más de una cucaracha que al reventar se oía un
sonoro ¡¡¡chafk!!! que le hacía rechinar los dientes; ya no le quedaba nada por
vomitar, solo las tripas.
Levantando
por un instante la vista del suelo, le pareció ver a lo lejos y lo poco que le
permitía ver la extensa masa de árboles, una luz algo más fuerte de lo que
estaba acostumbrado ver. Como seguía corriendo, pronto se le apareció toda una
zona libre de árboles y maleza.
Creyó
que había llegado al final del bosque -se equivocaba- era la zona de
aproximadamente cien metros que quedó arrasada por el impacto de la bola de
fuego.
Como
el sol ya estaba alto, la carencia de árboles hacía que la luz del día reinara
por todo el lugar. Al darse cuenta que la falta de árboles no se debía a que se
había terminado el bosque, siguió caminando -ya no corría-, sus piernas se
negaban y su ánimo todavía se le resistía más, si cabe.
Pero,
aunque de forma muy insegura, ya presentía algo de lo que llegaría a ver, ya se
menciona al principio que es una persona algo visionaria y amante de historias
de extraterrestres.
Fue
avanzando lentamente hasta darse de bruces con el borde del
cráter.
Sin
evidentemente saber qué era lo que estaba en el fondo, vio claramente de lo que
se trataba.
Un
objeto volante no identificado, a lo mejor un cometa o un asteroide chocó con la
tierra precisamente en ese lugar.