https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Frankenstein" de Mary Wollstonecraft Shelley (página 2) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Miércoles 01 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  (2)  3 
 

 

Cuando eligieron a Frankenstein para incluirla en una de sus series, los Editores de las Standard Novels, expresaron el deseo de que les facilitara algún material sobre el origen de esta historia. Deseo vivamente complacerles, porque así puedo ofrecer una respuesta general a la pregunta que a menudo se me formula: "¿Cómo yo, que entonces era una jovencita, pude pensar y desarrollar una idea tan monstruosa?" Es verdad que soy contraria a hablar de mí misma en letras de molde, pero como mi relato sólo será apéndice de una producción anterior, y se limitará a tópicos vinculados con mi autoría, difícilmente puedo acusarme yo misma de haber incurrido en pecado de intrusión personal.

No es extraño que, dada mi condición de hija de dos personas distinguidas en el campo de las letras, haya pensado en escribir desde muy temprana edad. Cuando era niña ya garabateaba; y mi pasa tiempo favorito durante las horas de recreo era "escribir cuentos". Sin embargo, un placer más querido era construir castillos en el aire -el placer de soñar despierta -, seguir la línea de pensamiento, cuyo tema adoptaba la forma de una sucesión imaginaria de incidentes. Mis sueños eran al mismo tiempo más fantásticos y gratos que mis escritos. En estos últimos fui simplemente una imitadora -siguiendo el camino que otros habían trazado en vez de utilizar mis propias ideas. Lo que escribía estaba destinado por lo menos a un lector mi compañero de infancia y amigo, pero mis sueños eran sólo míos; no permitía que nadie entrara en ellos; eran mi refugio en el hastío y el placer más querido en la alegría.

Cuando era niña viví principalmente en el campo, y pasé mucho tiempo en Escocia. A veces visitaba los lugares más pintorescos, pero mi residencia habitual se encontraba en las desiertas y melancólicas costas del norte de Tay, cerca de Dundee. Desiertas y melancólicas las llamo ahora, mirando hacia atrás; pero entonces no me lo parecían. Eran el refugio de la libertad, y la agradable región donde pude comulgar despreocupadamente con las criaturas de mi imaginación. Por entonces yo escribía -pero en un estilo por demás corriente. Los airosos vuelos de mi imaginación nacieron y se desarrollaron bajo los árboles de las tierras pertenecientes a nuestra casa, o en los lagos sombreados de las montañas desnudas que se Izaban en las cercanías. No hacía de mi propia persona la heroína de esos relatos. Mi propia vida me parecía una cosa, excesivamente común. No podía concebir siquiera que las angustias románticas o los hechos maravillosos llegasen a ser jamás mi destino; pero no me limitaba a mi propia identidad; y era capaz de poblarlas horas con creaciones que en ese momento me parecían más interesantes que mis propias sensaciones.

Después, comencé a desarrollar una vida activísima, y la realidad vino a. ocupar el lugar de la ficción. Sin embargo, desde el principio mi marido manifestó vivo interés en que yo me demostrase digna de mi linaje, y en que inscribiese mi nombre en la página de la fama. Siempre me instaba a adquirir reputación literaria, cosa que a mí misma me preocupaba entonces, aunque después he llegado a sentir infinita indiferencia hacia el asunto. En esa época deseaba que yo escribiese, no tanto con la idea de que pudiera producir algo digno de atención, sino más bien para darle oportunidad de juzgar si encerraba en mi misma la promesa de cosas futuras de mayor calidad. De todos modos, nada hice. Los viajes y la atención de una familia ocupaban mi tiempo; y el estudio, bajo la forma de la lectura o del mejoramiento de mis ideas gracias a la comunicación con la mente de mi marido, mucho más cultivada, era toda la actividad literaria que comprometía mi atención.

En el verano de 1816 visitamos Suiza, y fuimos vecinos de lord Byron. Al principio pasamos nuestras horas placenteras en el lago, o recorriendo sus orillas; y lord Byron, que estaba escribiendo el tercer canto de Childe Harold, era el único del grupo que trasladaba al papel sus pensamientos. Esas ideas, a medida que nos conocíamos, aparecían revestidas con la luz y la armonía de la poesía, y se hubiera dicho que exaltaban las glorias divinas del cielo y la tierra, cuyas influencias compartíamos con él.Pero fue un verano húmedo y desapacible, y la lluvia incesante a menudo nos recluía durante días enteros en la casa. Cayeron en nuestras manos algunos volúmenes de historias de fantasmas, traducidos del alemán al francés. Estaba la Historia del Amante Infiel, que cuando se disponía a abrazar a la novia a la que había consagrado sus votos se halló en brazos del pálido espectro de la que él había abandonado. Y el relato del pecaminoso fundador de una raza, cuyo destino miserable era dar el beso de la muerte a los hijos más pequeños de su casa fatídica, en el preciso instante en que alcanzaban la edad de la promesa. Su forma gigantesca y espectral, ataviada como el fantasma de Hamlet, con la armadura completa, pero con la babera alzada, aparecía a medianoche, iluminada por los rayos siniestros de la luna, avanzando lentamente por la oscura avenida. La forma se perdía en las sombras de los muros del castillo; pero pronto se abría un portón, se oían pasos, y franqueando la puerta de la cámara él avanzaba hacia el lecho de los jóvenes en flor, acunados en su sueño bienhechor. Un sentimiento de aflicción eterna se dibujaba en su rostro cuando se inclinaba para besar la frente de los niños, que desde ese momento comenzaban a amustiarse como flores arrancadas de la planta. No he vuelto a ver esos relatos; pero sus incidentes están tan frescos en mi espíritu como si los hubiese leído ayer.

"Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas" -dijo lord Byron -; y todos aceptamos su proposición. Eramos cuatro. El noble autor inició un relato, parte del cual aparece al final de su poema Mazeppa. Shelley, más dispuesto a envolver ideas y sentimientos en la irradiación de una imaginería brillante y en la música del verso más melodioso que adorna nuestro lenguaje, que a intentar la estructura de una historia, comenzó un relato basado en las experiencias de sus primeros años de vida. El pobre Polidori había concebido cierta idea terrible acerca de una dama cuya cabeza era una calavera, y que había recibido ese castigo porque espió por el agujero de una cerradura he olvidado qué vio algo que, por supuesto, era muy chocante e impropio; pero cuando la dama quedó reducida a una condición peor que el famoso Tom de Coventry, Shelley no supo qué hacer con ella, y se vio obligado a despacharla a la tumba de los Capuletos, el único lugar donde podía acomodarla. También los ilustres poetas, fastidiados por lo pedestre de la prosa, renunciaron sin demora a la tarea poco grata.

 
Páginas 1  (2)  3 
 
 
Consiga Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley   Frankenstein
de Mary Wollstonecraft Shelley

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com