La han oído a la oración o de noche, o durante las terribles
horas de la siesta, o en los deliciosos momentos de la mañana, cuando mil
rumorcitos anuncian bien claro que suavemente está vibrando su alma y que se
está hablando a sí misma, susurrándose sus propios sueños; pues sueña.
¿Con qué soñará la diosa solitaria?
Ruda es, huraña, al parecer, como todos los solitarios que se
quieren figurar, y quieren hacer creer que aman en realidad su soledad y su
retiro. Y, con todo, es hermosa. Pregúntenle al Sol si no detiene, con
admiración, su antorcha en sus poderosas formas; la Luna la mira con compasión,
al ver sus encantos tan pobremente vestidos con los pocos adornos que le regala
la Lluvia del cielo.
¿Será desdeñosa? ¿Se querrá hacer desear?
No; sólo que es, al contrario, injustamente desdeñada, y su
sueño inconsciente es el de toda virgen: el de ser amada y de ser madre.
Ignora por qué la desprecian; ansiosa, se pregunta por qué la
dejan infecunda; si será por timidez o por indiferencia que rechazaron todos,
hasta hoy, su amor.
Resignada, espera, silenciosamente encerrada en su haraposa
majestad al semi-dios que la quiera de veras, aunque la violente, brutal; pronta
a entregarse al amante vencedor, brindándole a él y a las mil generaciones que
engendre, los opíparos frutos de su inagotable fecundidad.