Los poetas andaban hambrientos y miserables, humildes y
despreciados, por su misma pobreza, y al fin, avergonzados -aunque la vergüenza
no hubiera debido ser de ellos-, cuando un mercader les preguntaba lo que les
pagaban por sus versos, de tener que contestar siempre: «nada».
Muchos eran los que se daban por discípulos de Polimnia, musa
de la elocuencia, pero confundían lastimosamente el mucho hablar con el bien
decir; y en los templos dedicados a Talía, sólo eran aplaudidos actores venidos
de comarcas lejanas, que en idiomas extranjeros, recitaban obras
extranjeras.
Euterpe encontró que ya celebraban su culto muchos habitantes,
por ser siempre y en todas partes, la afición a los suaves acordes de la música
la primera manifestación del refinamiento de las poblaciones; y tampoco
Terpsícore habría quedado desconforme, si no se hubiera exigido de sus
sacerdotisas para concederles aplausos, que -apartándose de las reglas honestas
del baile hierático que ella enseña- dejasen ver sus formas armoniosas algo más
arriba de lo que requieren los movimientos acompasados de la danza sagrada.
Pero no se atrevió a hacer observaciones, pensando con razón
que ya que en la nueva Atenas, más se buscaba la satisfacción de los apetitos
materiales que la de necesidades artísticas apenas en embrión, le podría suceder
lo que al poeta Lino, que murió de un lirazo en la cabeza, por haber reprochado
a Hércules su pesadez en bailar.