- I -
La Diosa Pampa
El jinete seguía su viaje. Venido de lejanas comarcas, cuajadas
de habitantes y de riquezas acumuladas durante siglos, veía la llanura inmensa
desenvolver ante sus ojos horizontes siempre renovados, iguales siempre; y se
quejaba del cansancio, del calor, del frío, del viento, de la pobreza de estas
tierras sin fin, inquieto por llegar a su destino y por dejar tras sí, como
pesadilla, esta soledad con su silencio.
Había pasado, viendo... sin sentir.
Un gaucho galopaba. Hijo, éste, de la llanura, la iba hollando,
indiferente, llenándose los pulmones con el aire puro de la Pampa, gozando,
pasivo, de la vida fácil en los extensos campos, de la independencia que dan los
grandes espacios.
Algo sentía, sin duda, pues iba cantando; pero pasaba... sin
ver.
No a todos los pastores de Arcadia era dado sorprender a las
diosas, que al decir de los poetas, poblaban las campiñas griegas. Tampoco la
ven todos a la diosa Pampa, y, sin embargo, es un ser; existe, ¿quién lo
duda?
Algunos la vieron; muchos la han oído.