Y todas las demás musas encontraron que si bien se les dedicaba
algún culto, siempre era con alteraciones o deficiencias que demostraban
incompleta educación; y Apolo prometió sugerir, como lo había hecho con Mecenas
en Roma, a algunos hombres poderosos el noble orgullo de proteger eficazmente a
los devotos del arte, dándoles siquiera el pan cotidiano y el estímulo tan poco
costoso de los merecidos laureles.
El jardinero excelso que con amor cultiva la flor delicada del
arte, desprecia, olvida, arrobado por su pensamiento, los apremios de la vida;
al rico inteligente que goza de las creaciones del artista, le toca proveer
regiamente a sus necesidades, sin dejarselo sentir. Y donde el rico así no lo
entiende, no moran las musas.
Y por esto fue que ahuyentadas éstas por la pobreza en que
veían sumidos a sus discípulos, y por la poca voluntad hacia ellos de los que a
su antojo, reparten la lisonja y la censura, dejaron entender a Apolo que Atenas
no se había mudado todavía; y volvieron con él a Grecia, mirando con cierto
sentimiento la inmensa y majestuosa soledad pampeana, como si en ella
encontrasen, a pesar de su desnudez, algo digno de ser celebrado por el pincel y
la pluma.
Nada dijo el Dios, ni ordenó nada antes de desaparecer de estas
playas; pero interpretando su pensamiento secreto, y a falta de otros más
dignos, he tratado de evocar en este librito la figura de los muchos dioses que,
seguramente, flotan en el ambiente pampeano.
Por lo demás, lector, esta pequeña obra sólo contiene fantasías
de perfecta inutilidad. No busques en ella ni un consejo práctico, ni una
indicación comercial o industrial, ni siquiera una receta médica o culinaria. El
que así no la quiera, que la deje.
Para mí ha sido pretexto de ensueños amenos y de poética
diversión, y sería ingratitud el pedirle otra cosa.
G. D.