Prólogo
ermosa era la noche y la fiesta de gran nivel en palacio de mi
abuelo, Don Pedro José Tárnava (Quintanar de la Orden - España). No era más que
un simple festejo por puro amor al arte... manías de mi abuelo!. Mi madre,
Antonieta Tárnava, estaba enamorada de Felipe Cortázar, campesino, no pobre pero
tampoco lo suficientemente rico como para superar el dinero de Orlando De La
Roca, el prometido de mi madre. Por supuesto que mi abuelo no podría permitir
jamás que una joven refinada y tan bien educada como mi madre fuera a casarse
con un campesino inferior al joven De La Roca; estaba segado por la lujuria y el
peculio de Orlando, y sin pensarlo dos veces, le entrego la mano de su hija.
Ella no tenia opción, amaba a mi padre Felipe pero mi abuelo había decidido su
destino irreversible. Su mente era perturbada por obligaciones y los impulsos
del corazón. Felipe sabía muy bien acerca de la situación pero estaba decidido a
arriesgar su vida por ella. Esa misma noche, justo antes del brindis, ambos
escaparon para nunca más volver.
En palacio, los segundos comenzaron a transformarse en
desesperación e inquietud para Orlando, y todavía no se enteraba que Antonieta
ya no era más su prometida sino más que una fugitiva. Uno de los guardias, del
escape advierte, y al corazón de Orlando latigó fuerte, su deshonra Felipe por
no poder vencerte, al cielo gritó ante todos, falso dolor y angustia, que no
eran más que codicia por la compañía de mi madre:
-Oh! Antonieta que ha pasado, de una forma tan inicua me has
lastimado, se derrite mi alma como el oro en el crisol, y arde mi sangre en las
venas como estuviera el agua en el sol. Pues si tu no sientes por mi amor, alzó
blanca mi bandera y no te guardo rencor, solo pido a Dios que te perdone, y al
cielo tu felicidad. Cómo ofende la mentira y a veces duele la verdad!