RUDECINDA. -Si te hicieras respetar un poco por los potros de
tus hijas. . . no pasaría esto.
ROBUSTIANA. - Potro, pero no pa tu doma.
MISIA DOLORES. - ¡Hija mía, por favor!
ROBUSTIANA. - ¡Oh! ¡Que se calle ésa
primero! Es la que busca. (Vuelven a planchar, Rudecinda, rezongando, limpia las
manchas de sebo.)
ROBUSTIANA. - Ahí tiene su remedio, mama. Prontito, que
se enfría. (Colocándole los parches.) Aquí ... ¿Ta
caliente? ¡Ahora otro, ¡ajajá! ...
MISIA DOLORES. - Gracias. Quiera Dios y María
Santísima que me haga bien esto. (Rudecinda rezonga más
fuerte.)
ROBUSTIANA (Aludiendo a Rudecinda). - ¡Juera!
¡Pasá juera, Canela! (Prudencia se pone a arreglar las planchas en
el brasero.)
MISIA DOLORES (a Robustiana). - Mirá, hijita mía,
si hay agua caliente, cebame un mate de hojas de naranjo. ¡Ay, mi Dios!
almidonada, che, Robustiana, lo que, por cierto, no justificaba la enconada
réplica de Rudecinda.
ROBUSTIANA. -Bueno. (Antes de hacer mutis.) ¡Rudecinda!
¿Querés vos un matecito de toronjil? ¡Es bueno pa la
ausencia!
RUDECINDA. - ¡Tomalo vos, Bacaray! (A Prudencia.)
¡Ladiá el cuerol ... (Toma otra plancha y la refriega sobre una
chancleta ensebada.) ¡Coloradas las planchasl ¡Uff!
¡Qué temeridad!...
(Pausa. Prudencia plancha, tarareando; Rudecinda trabaja Por
enfriar la plancha y Misia Dolores suspira
quejumbrosa.)